Leer significa abrir los sentidos al mundo real y al de la fantasía
El primer contacto personal con un libro es a través del tacto: tocar su lomo y recorrer las solapas, nos invita a investigar sobre su historia pasada antes de llegar a nuestras manos.
Tengo una teoría y es que los libros nos eligen a nosotros, siempre son ellos los que se ponen en nuestro camino. Recientemente me ha sucedido con “El diario de Sofía” un libro para adolescentes, que he descubierto a través del proyecto Kuentalibros, pero que nunca hubiera leído al no ser porque una alumna me lo trajo a clase “porque me iba a molar”
Instintivamente, los abrimos y nuestros dedos recorren las páginas descubriendo si somos los primeros o, ya antes, tuvo otros amigos con los que compartió la historia.
Me encanta quitar el envoltorio a un libro y tocar sus hojas frías y lisas entre las que se resaltan la rugosidad de las letras impresas.Todavía recuerdo la gran festividad que se celebraba en casa el día que llegaban los libros del Circulo de Lectores, parecía el día de Reyes, donde cada uno desenvolvíamos nuestros libros encargados.
Al mismo instante que las manos exploran, nuestra vista ya ha empezado a captar las imágenes, tipografías, y diseño. Ya no hay escapatoria: las palabras comienzan a hablar.
“La Mecánica del Corazón” es un libro que desde la portada, con imágenes que evocan a las películas de Tim Burton, hasta su tipografía hace que desde que cae en tus manos devores la historia, no permite ni un segundo de reposo.
El olor de antigüedad o novedad que emana del propio libro se funde con olores del exterior: sábanas limpias como las lecturas de “El Pequeño Nicolás” que leía a mi hermano antes de dormir; césped recién cortado de los libros de juventud: “La historia interminable”, “Momo” y “Paulina, el mundo y las estrellas ”; salitre del mar y crema solar de best sellers como: “Los hombres que no amaban a las mujeres” o “Los pilares de la tierra”; y el olor a comida casera...o quemada. No olvidaré el día que mi madre quemó el puchero de “habichuelas” (judías blancas) porque sólo le quedaban cincuenta páginas para terminar el primer volumen de “El Clan del Oso Cavernario”
Evocando los sabores propios de la infancia y la juventud, uniéndose con las propias ideas y experiencias: el salado de las lágrimas de “Las Cenizas de Ángela”, la dulzura de la inocencia de “El curioso incidente del perro de Medianoche”, la amargura de la cruda realidad de: “La casa de Bernarda Alba” y “Bodas de Sangre” y la acidez de algún final inesperado como el de “El Código Da Vinci”
Desde el fondo, llegan los sonidos de pájaros, olas, niños correteando, voces familiares y amigas, rumores de máquinas y música especialmente seleccionada para ser fundida con la voz interna que narra o nos recita “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”
Todas estas percepciones llegan al cerebro que se encarga de transformar la realidad vivida en realidad ampliada, soñada, imaginada e incluso inventada en “Un mundo feliz” o “1894”
Mª Carmen Martínez
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