Tengo
la enorme fortuna de que los dioses del Olimpo pusieran en mi camino a
este bibliotecario amante de las palabras y del arte de entretejerlas.
Tuve,
y tengo, la dicha bendita de poder decirle siempre, con nocturnidad y
alevosía, ¿escribes algo de ..? sabiendo que siempre me devolvería el
guante . ¡Benditos sus dedos que se guardan en el guante devuelto!
Tuve
y tendré el enorme placer de compartir, sin estridencias ni revuelos,
para que puedas tenerlo a tu lado, en el sillón junto a tí, deleitando
con sus palabras otro Día del Libro porque para él, y para tí, son 365
días, cada año, cada calendario, cada arruga de tu cara. Surcos de risas y de llantos junto a tus amigos.
Doña Díriga
Un humilde lapicero
De entre
todos los útiles de escritura, a mi me tocó ser un lapicero, lo que viene a ser
como nacer mulo en el mundo de los equinos, hilota en Esparta, o paria en la
India. De haber podido elegir, me hubiese gustado ser el lápiz de un ingeniero,
o de un arquitecto, siempre bien tratados, con las puntas afiladas como
estiletes y con corazón de grafito de primera calidad y buena madera de cedro
libanés, siempre cuidadosamente tratados bien residieran en la penumbra de un
despacho o en la luz de artificio de un estudio de arquitectura, porque dentro
del mundo de los lápices, existen sus categorías.
Los hay que van vestidos con
una hermosa camisa estampada, otros van de rayas amarillas y negras y llevan su
marca estampada. Incluso, se los clasifica con un número según la dureza de su
mina de grafito. Pero esto sólo ocurre con los lápices de alcurnia.
Podía
haberme caído en suerte ser el lápiz de un dibujante, para salir al campo en
primavera y que mi trazo permaneciera en el bloc de dibujo muchos años después
de mi desaparición. O lápiz de carpintero, como mis primos. Son robustos,
inacabables y apenas dan un palo al agua: una marca por aquí, una señal por
allá, menuda vida. Es cierto que tienen cierta tendencia a perderse pero son
lapiceros que salen al exterior y están acostumbrados a ver mundo. Viajan a
lomos de la oreja de su dueño y son fuertes, pero a la vez elegantes con su
librea de color rojo.
Pero no. Yo, señores míos, soy un lapicero de parvulario,
por lo que mi vida está predestinada al maltrato, a la brevedad, a la sencilla
desnudez de la madera raras veces lacada, al hacinamiento en un plumier en el
que has de compartir espacio con algunos de tus más acérrimos enemigos, el saca, que te va comiendo dolorosamente
la vida poco a poco, y el borra, que
hace desaparecer con saña el fruto de tu trabajo. Un niño de párvulos no te
agarra con delicadeza, no, no, no. Te sujeta con todo el puño cuando está
empezando a garabatear, te clava los nudillos en la parte más sensible, la más
fina, la que queda desnuda tras sacarnos punta o te aprieta con fuerza contra
el papel hasta que la mina se parte astillando la madera, por no hablar del
continuo mordisqueo al que te somete casi de forma continuada prácticamente
desde que sales del plumier.
No obstante, ser lapicero de parvulario tiene también tiene
su parte bonita, no se vayan a creer. Ningún otro lapicero tiene utilidades
inimaginables, ni habita en continuas fantasías: En las manos de un niño puedes
ser un garabateador de puño, la espada de un hobbit, la varita mágica de un
hada, un escarbador de agujeros, un explorador de nariz, un bigote postizo, el
mando de una máquina petaco que lanza bolitas de papel, un limpia orejas, un
rascador de pies, un molde de tirabuzones, un tatuador de uñas, una mini
jabalina, un tenedor, un palillo de tambor, un perforador de hojas …. Es una
vida intensa, emocionante e impredecible pero que te deja en la piel profundas
cicatrices. Ni siquiera tienes una tregua el día en que te estrenan, puesto que
no hay cosa que le guste más a un niño que sacarnos punta. Bueno, miento. Quizá
les guste tanto o más romperla para volverla a sacar y ver como menguamos de
tamaño poco a poco. Por si no fuera suficiente, el sacapuntas de un niño te
raspa la piel y te la deja áspera y mal cortada, como cuando alguien se afeita
con una hojilla mellada. Además un niño no sabe parar y las minas se rompen una
y otra vez dentro de la infamante maquinita. Ahí sí tengo envidia a esos
lapiceros de despacho que son tratados como señores por esas máquina de
manivela, que son capaces de extraerles larguísimas virutas en espiral sin
traumas ni señales. Yo lo probé en una ocasión en la clase de párvulos de mi
pequeño amo. Qué gusto. Qué cosquilleo tan agradable. Es justo lo contrario de
las experiencias traumáticas a las que estoy acostumbrado. Me han afilado
incluso con un cuchillo de cocina que me rebanó enormes lascas de madera y me
produjo cicatrices casi imborrables. Un horror. Es como si te cortasen el pelo
a tirones.
Pero con todo, y esto es una confesión que nunca había
hecho, lo que no puedo soportar es que una pintura Alpino, un
boli BIC o un
rotu Carioca, me miren por encima del hombro, cuando al igual que
en el ajedrez, una vez acabado el juego, el rey y el peón van juntos al mismo
cajón. ¿No se dan cuenta de que igual que son pinturas podían haber sido
carboncillos o lápices de parvulario? Todavía esos rechonchos bolígrafos de
cuatro colores tienen algo de qué presumir, y tampoco, porque nadie puede
elegir lo que es cuando nace…En fin, que los hay que se creen plumas
estilográficas, de esas que tienen su propio estuche y habitan en los bolsillos
de elegantes chaquetas, o en lujosos escritorios y sólo se utilizan para firmar
suculentos contratos, convenios internacionales y tratados de comercio. Yo me
daré por satisfecho con que el niño que hoy hace garabatos con mi alma de
grafito, llegue un día a ser un escritor de historias de esas que son capaces
de hacerte reír, o llorar, o emocionarte; de historias que te atrapen y te
roben horas de sueño y te mantengan pegado al libro en la hora de la merienda.
Podrá escribirlas con una Olivetti, o con un ordenador, pero estoy seguro que
siempre recordará con cariño aquel mordisqueado lápiz de sus caligrafías
iniciales. Con eso me basta. Así podré considerar que mi vida ha tenido un
auténtico sentido, aunque luego firme sus obras con una estilográfica, sabré
que esa escritura será tributaria de un humilde lapicero.
José Luis Sánchez Rodríguez.
Bibliotecario.
@JLBracamonte
¡Impresionante, original, monumental!!!
ResponderEliminarEso solo lo puede hacer quien ha leído mucho y bien, ¡me quito el sombrero!
¡Precioso relato!!
ResponderEliminarRelato de una vida, gracias por compartirlo.
Muchas gracias Conchita y Marisa por vuestros amables comentarios. Con lectoras tan entusiastas, es un placer escribir relatos. Muaaasss
ResponderEliminarNo entiendo el motivo de sus mensajes acerca de los derechos de autor. ¿Podría explicarmelos?
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