Autorretrato lector

Bienvenid@ a este espacio en el que podrás compartir tu autorretrato lector. 
El año 2010, nos acercó  a esas vidas lectoras.
En el 2011, creció el proyecto con algunos más...y siguió creciendo el 2012, 2013...


En este 2014, queremos que sea un referente en la vida 1.0 de la educación y en la 2.0 de la emoción.
Leer lo que otros comparten y emocionarnos con lo que escriben y cuentan.

Al leerlos, comprabaremos cuánto bien han hecho la escuela pública, las bibliotecas públicas y esos maestros que fueron dejando su huella en estos años.
No hacen falta estudiosos rigurosos, ni miradas penetrantes, para descubrir la vida real de los que era España hace muy pocos años y lo que ha llegado a ser.

Lo que será en un futuro depende de todos los adultos de La tribu 2.0 . 
En estos enlaces encontrarás todos 



Comenzaremos con Rosa Navarro que nos lo regaló para el Día del Libro 2010


Nací en Figueras (Gerona), en 1947. 
Soy catedrática de Literatura española de la Universidad de Barcelona, en donde doy clase desde el año 1969. He escrito muchos libros y artículos sobre obras literarias españolas de los siglos XVI y XVII.
         A comienzos de este siglo un día me di cuenta de que el último párrafo del prólogo de La vida de Lazarillo de Tormes era ya el comienzo del relato de Lázaro porque en él no hablaba el escritor a sus lectores, sino el personaje, Lázaro, a la persona a quien se dirigía, a “Vuestra Merced”. Eso me llevó a iniciar una larga investigación que me ha permitido darme cuenta de quién es el autor de la obra: un escritor de Cuenca, de origen judío y entusiasta divulgador del pensamiento de Erasmo, que fue el secretario  de cartas latinas del Emperador: Alfonso de Valdés. Y sigo inmersa en esta apasionante investigación descubriendo día a día nuevos datos, aunque no he avanzado de la misma forma en la aceptación académica de las pruebas que aporto.
         Pero además en 2005, al celebrarse el centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, hice una adaptación de la genial obra de Cervantes para los niños. Tuvo tanto éxito –se ha traducido hasta al coreano– que me animé a seguir ese camino y a poner al alcance de todos –niños y estudiantes– las maravillosas obras clásicas de nuestra literatura: el Cid, el Lazarillo, Tirante el Blanco, La gitanilla y La española inglesa de Cervantes, las Leyendas de Bécquer, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez…, e incluso dos obras fundamentales de la literatura universal como son La Odisea y La Eneida. Esa es ahora mi segunda vida: la de abrir las páginas de esas espléndidas obras, divertidas, apasionantes, a los niños, para que ellos puedan ver esos tesoros que durante siglos han ido escribiendo para todos nosotros nuestros mejores escritores.
         Este año, 2010, como celebramos el centenario del nacimiento del gran poeta de Orihuela Miguel Hernández, he escrito una breve historia de su vida y poesía para que los niños puedan oír algunos de sus hermosos versos y conocer esa historia de una voluntad sin desmayo. Miguel sólo logró ser el gran poeta que fue luchando sin desmayo para aprender, para lograr sacar de sí los mejores versos, para seguir viendo un rayo de luz cuando las sombras le rodeaban.

         Y lo que más me gusta es contarle a los niños todo lo que he escrito para ellos y hablarles de esas historias bellísimas que son las grandes creaciones de nuestros clásicos.

En el 2011 inauguramos con dos preciosas lecturas

CON PERMISO DEL MAESTRO CERVANTES, MI AUTORRETRATO LECTOR

Esta que escribe aquí, con la memoria llena de historias de dioses griegos, que vibra con los versos de los coros de las tragedias de Eurípides, y se admira ante la profunda sencillez de un par de versos de Safo; ésta que descubre una y otra vez la riqueza de las palabras aladas de Homero, porque leer para otros, para sus alumnos, la hace llegar más cerca del poeta; el corazón entre dos extremos de la novela, entre las historias decimonónicas de Austen, Stendhal, Galdós, Valera o Tolstoi y la mágica verosimilitud del siglo XX de García Márquez, Isabel Allende o Benedetti; la que se saltaba capítulos de Los Miserables o de La Tía Julia y el escribidor por la impaciencia por descubrir los pesares de los protagonistas; la que se ha convencido de que la vida del lector no es tan larga como para leerlo todo y sólo merece la pena acabar lo que te gusta; la que se ha prometido nunca leer un prólogo, para que nadie le descubra antes que ella misma la voz del autor; antes gustosa de la lectura en la lengua del creador, algo desilusionada por el enfoque cinematográfico de algunas obras y no muy amante de los libros prestados, que urge leer para dar tu opinión.
Esta que digo, es la lectora que soy, la que nació a la literatura escuchando embelesada cuentos de sus mayores, la que disfruta del sol invernal de la tarde, sentada en el suelo, leyendo,… Llámase comúnmente Emma.

Autorretrato (más o menos)

Para pintar un autorretrato es necesario mirarse al espejo, te enfrentas a él y a tus propios ojos escudriñándote para encontrar un perfil bueno, una mirada que cuente cosas sobre ti, o que las oculte, nunca se sabe.
El papel en blanco espera que tus lápices (en mi caso siempre lápices, no pinceles) empiecen a marcar territorios, encuadrar siluetas y luego, despacio y trabajosamente, vayan coloreando, profundizando, aportando matices, insistiendo en unos volúmenes y dejando otros en penumbra, en fin, dando vida.
Y lo peor es conseguir el parecido, porque tú no te ves, siempre has visto a los otros pero a ti…, a ti ni te ves ni te escuchas como te ven los demás. Tu reflejo en el espejo es sólo eso, un reflejo que te mira, atónito de causar por un día tanta expectación. ¿Cuál es en realidad el color de tus ojos, el que ven en ti cuando estás a pleno sol? ¿Cómo brillan cuando sonríes si lo haces espontáneamente, sin que te espere una cámara de fotos o ensayes tu función diaria? ¿Y cuál es el YO verdadero? ¿El que se asoma al cristal, el que va quedando en el papel o el que se ha escapado de ambos y mueve afanosamente los lápices, comparando a este y a aquel?
Me miro y me miran mis ojos verdes, verde de pino y romero, verdes como Peter Pan, que quieren seguir siendo juguetones para siempre. Buscan, insisten en bajar a mis propias profundidades y me traen a la memoria los viajes al fondo del mar a bordo del Nautilus, o al fondo de la tierra, que tanto da. Hay algo allí dentro que me hace sonreír, hay aventuras de corsarios de colores variados, de tigres de Mompracem, de torneos en que Ivanhoe aparece a última hora para defender la justicia de Dios, incluso se ecucha, si te fijas bien, el viento helado al cruzar la estepa rusa con cartas del zar, o el de las montañas donde vive el abuelo con sus cabras.
Trato de llevarlos al papel pero no lo consigo del todo, lo que mis lápices cuentan es más bien una sucesión, moderadamente ordenada, de recuerdos y personajes que no son míos pero están en mi: desde ciertas coplas por cierta muerte, las andanzas de jóvenes pícaros, novelas que por ejemplares quedaron, adioses a corderas que eran vacas en realidad, afortunadas sin fortuna, colmenas en tiempos de silencio… Sobre todas ellas campea un viejo caballo con su viejo caballero, cuya voz es inexplicablemente “paternal”.
Comparo las dos imágenes y faltan cosas, percibo ciertas arruguillas en torno a los ojos, cicatrices benévolas de mis años y mis aprendizajes. De uno y otro lado los dos ejércitos frente a frente: los griegos en silencio, los troyanos con estrépito y griterío, en el horizonte los barcos que acabarán por devolvernos a Ítaca, en la playa un caballo de madera habitado por… por héroes y heroínas, por filósofos conversadores y peripatéticos, por oradores en su tribuna, por poetisas en su jardín.
Para percibir con más claridad me alejo y entorno los ojos, mis formas se hacen borrosas pero compactas, percibo con claridad mi perfil, mi nariz (que es realidad la de mi padre según dicen todos) a la que llegan remotos aromas de páramos ingleses en ventisca, de jóvenes ambiciosas y eternamente insatisfechas, de crímenes febriles y castigos balsámicos, de guerra y de paz, de novelón de peso en veranos mediterráneos, de sol, de monte y de mar.
Pero mis canas, ocultas al vulgar de los mortales, me traen al presente. Como en guirnaldas ondean jirones de letanías al viento. Cuentan cien años de soledad, calles en las que revolotea la hojarasca, un hombre leve y un guerrero en dodecafónica lucha contra el monstruo. Entretejen primaveras de esquinas quebradas con vendavales de otoño, sonatas de cuatro estaciones, cuentos daneses con ardores africanos.
No hay peine que ponga en orden estos cabellos desatados, no hay pintor que consiga retratar esta maraña. Cada vez que miro veo cosas distintas, más y más, y me doy cuenta de que hacer un autorretrato literario es tan difícil como hacerlo con lápices de colores.
¿Me parezco? Algo. Todo lo que hay aquí soy yo, pero ¿soy yo? Esa que me mira desde el papel en blanco, ¿la conoce alguien?, ¿la reconozco yo misma? Faltan rasgos, faltan colores, faltan gozos y sombras… faltan por leer miles de matices, faltan por contar cientos de secretos.
Pero esos, cristal ávido y silencioso, los dejo a tu imaginación. 

Javier, un lector

No puedo por menos que aconsejaros que os toméis un tiempo para deleitaros con este autorretaro lector. Pedirle a Javier que escriba, es contemplar su incipiente sonrisa y escuchar aquello de yo no se si seré capaz de contar algo interesante...
Reconozco que soy como una pesadilla para él por mi tozudez, en pedirle y recordarle, pero ¡como no hacerlo!.
Nos escribió para el Día de las Lenguas, nos hizo una brillante reflexión para Nueva Expedición de Colón y ahora ¡por fin! tenemos estos folios en los que se dibuja a sí mismo como un profesor de Lengua. Se dibuja con los pinceles que él mejor maneja : las palabras.
Vayan por delante las gracias a su madre, una maestra. Leyendo a su hijo adivinamos cuantos alumnos y alumnas estarán escribiendo sinceros guiones de vida.
ECHANDO LA VISTA ATRÁS

Hace tan sólo un año, Conchita respondía a la petición de un personaje y nos envolvía con sus palabras...

Con la A de AUTORRETRATO y la A de APASIONADA...maestra

Ya os comenté que doña Díriga va creando los registros del personaje gracias a buenas compañías que va encontrando en el camino. Pone cara a Conchita por sus presentaciones arriesgadas de blogmaníacos pero le pone calidez por la ilusión que devuelve a cada propuesta que lanza a la Red.
Conchita ¿es única?
No y esperemos que muchas veces no. Es esa maestra que todos queremos tener cuando llegamos a clase "obligatoria", cada día, pero también es esa maestra y ese maestro que todos tenemos dentro si buscamos lo sencillo, la razón de nuestro día a día. 
Sus palabras son un placer que compartimos en esta Semana del libro tan especial que nos ha regalado la NUBE VOLCÁNICA.


Conchita López

Soy una voraz lectora porque mi padre me contó muchos cuentos cuando era pequeña.

        El pobre se dormía siempre antes de acabar y yo le daba codazos para que siguiera: yo era incansable y él era un hombre cansado...
Aún así,  tenía una imaginación desbordante y la ilusión de un niño. Nunca me contó los cuentos al uso (Caperucita, Blancanieves...), los inventaba sobre la marcha, y sobre todo, los contaba "con ganas".  También me llevaba al cine todos los domingos y ahí yo recibía otro tipo de cuentos, y seguía dándole codazos para que me explicara lo que decían los actores cuando no lo entendía.

         Esa pasión por comprender historias me ha quedado para siempre, si bien ahora no me gusta oírlas; nadie puede sustituir a mi padre. Pero...los libros y el cine siguen nutriendo mi imaginación y dando alas ¡y qué alas! a mi rutinaria vida, que en modo alguno lo es en cuanto me puedo escapar cuando quiera a otros mundos, cuando no me gusta el que habito.

        He leído mucho y muy diverso, pero casi siempre Literatura. Después de muchos años de lectora, he llegado a la conclusión de que la historia que me cuenten es lo de menos, lo que me interesa es cómo me la cuentan. Por eso, Cortázar es mi escritor favorito. Es capaz de explicarte cómo subir una escalera como si fuera un tratado de arquitectura, ingeniería y tomadura de pelo a la vez. Me gusta que me sorprendan, no tener ni idea de lo que va a pasar y cuando eso sucede con un libro, experimento una sensación de lo más placentera.

        Es ese placer el que yo quiero transmitir a mis alumnos.
Siempre les digo que leer es lo mejor que pueden hacer en su vida, que no pueden dejar de leer tal o cual libro, por si cuando salen a la calle los pilla un autobús y ya no pueden hacerlo (cara de pasmados).

      Siguiendo la normativa vigente, leo a mis alumnos 30 minutos TODOS LOS DÍAS. No os extrañará oírme decir que es uno de los mejores momentos de la jornada.
Disfruto viendo sus caras atentas, sus anticipaciones, sus ¡ohhhh! cuando acaba el tiempo, su evaluación final del producto y sus argumentos al respecto. Muy a menudo, cuando acabo un libro les proyecto la pelicula que se ha hecho sobre él: Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas, Matilda, El niño con el pijama de rayas, El pequeño vampiro... Comparar estos dos formatos, es muy enriquecedor (en realidad, lo que hago es seguir la técnica de mi padre: cuentos, cine, ¿os acordáis?).

        Gasto casi toda la asignación del aula en libros y creo que el descubrimiento de la LIJ y los cursos que he hecho sobre ella, han cambiado mi forma de relacionarme con los alumnos. Yo diría que nos ha dado "complicidad". Ellos saben que a mí me gustan los mismos libros que a ellos, que me los compro para mi biblioteca personal (concepto muy interesante que les presento por primera vez en quinto de primaria y cuyo proyecto dura los dos años que los tengo conmigo), que he leído todos los que tengo en la biblioteca de aula. Eso les impone respeto, lo valoran y hacen un esfuerzo por merecer tal atención.

      Un consejo, si se me permite: los libros infantiles y juveniles deben tener humor, es fundamental. Si queremos atraer lectores, la risa ayuda mucho. El miedo también es un factor muy atrayente para ellos; leámosle algo misterioso bajando las luces de la clase y el éxito está asegurado.

      Pero, quizá, el factor imprescindible para obtener buenos lectores es algo tan simple como que nosotros lo seamos. Como dijo Savater en una conferencia en Orihuela a la que asistí hace algún tiempo " a los maestros se les supone el amor a la lectura, como a los soldados el valor".
Quiero suponer que esto es así en la mayoría de los casos.

Escrito a petición de Doña Díriga, con la que comparto a Federico y a alguna de nuestras otras "madres".
Jose Carlos, un enamorado de los libros
Este autorretrato, que le llegó a doña Díriga el año pasado, es muy entrañable por cuanto es un canto a la esperanza y a la búsqueda de caminos en nuestra Tribu 2.0 .
Abramos las hojas en blanco de ese libro que entre todos estamos escribiendo...una nueva cultura se puede crear si entre todos repensamos la anterior...

Jose Carlos, ese pedazo de artista en el arte de Soñar cuentos.
Una esperanza para los que ahora no leen.
No se preocupen. Es que no se han cruzado, todavía, con un soñador de cuentos

José Carlos Román.

MI AUTORRETRATO LECTOR:

            No puedo evitarlo, me atrae inexplicablemente ese agradable y envolvente olor de las librerías, ese especial olor a libros nuevos... a  libros que esconden historias guardadas que desean que alguien las descubra... a libros que nos llaman y nos invitan a soñar. Y es que soy un soñador de historias, de las mías propias, pero sobre todo de las inventadas por otros.
            He de reconocer que mi afición por la lectura no viene de tan pequeño, pues no era un valor especialmente cultivado en mi casa. Fue ya de joven, sobre todo al entrar en la escuela de Magisterio, cuando descubrí el placer que proporcionaba tener un libro entre las manos y cómo en un solo instante podías viajar y transportarte a mundos lejanos, reales o imaginarios. Y si hay un libro de aquella época que me marcó fueNo digas que fue un sueño” de Terenci Moix. Todavía, al recordarlo, cierro los ojos y me imagino junto a Cleopatra y Marco Antonio contemplando el bello y misterioso Egipto desde la terraza de su majestuoso palacio.
            Y llega la edad adulta y mi incursión en el mundo de la docencia como maestro de educación infantil y entonces descubro el mundo de la literatura infantil y juvenil.. ¡y que gran descubrimiento! Todos sabemos la importancia de la lectura de cuentos en esta etapa educativa, pero ojo, no de cualquier cuento. Actualmente hay una selección de álbumes ilustrados que son de una exquisita calidad, tanto por su contenido, como por su formato.
            Compartir unos de estos hermosos libros con mi alumnado me hace volver a ser niño, pues a través de la ilusión que trasmiten sus ojos mientras les leo cuentos como Nadarín” (Leo Leonni), “El gran viaje” (Anna Castagnoli) o “Inés Azul” (Pablo Albo), vivo una segunda niñez.
            No hay nada que me proporcione más placer que ese momento de silencio absoluto y expectación que se crea con la lectura del cuento. Esas caritas con los ojos abiertos de par en par, esas bocas abiertas cuando al protagonista le acecha un peligro, esas caras tapadas con las manos cuando aparece el terrible monstruo... pero lo mejor es siempre el final... cuando acabando de  terminar el cuento se escucha siempre... “¡otra veeeeez maestro!... y volvemos a contarlo.

Autorretrato lector: Elizana

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Mi autobiografía lectora es sencilla, como sencillos eran los libros que leía, una palabras capaces de emocionarme y convertir mi sueño en placidez.
Entre cuentos de hadas y de aventuras pasé mi infacia lectora, para llegar a la adolescencia de la mano de Marianela, la cual me recitó los primeros poemas que aún recuerdo, y en boca de mi madre antes de dormirme ...Margarita, esta linda la mar......, con esta época llegó el romanticismo, los clásicos....la filosofía, el ensayo....y el retorno a lo sencillo. Ahora en mis clases, los niños y la niñas hablan con palabras sencillas, que convertimos en poemas, o en relatos o en abrazos. Amo la sencillez de las palabras de los niños como amo la tibieza del sol, una gota de agua salada, y el olor de un libro.
Un abrazo.
Nieves

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Crédito de la imagen

Si trato de pensar cómo y cuándo comencé a leer, a sumergirme en la magia de las palabras, a dejarme llevar por el embrujo de historias y personajes que entraban en mi vida; inevitablemente mi memoria se sitúa en los primeros años de la infancia, cuando contaba con cinco o seis años de edad.
En aquella época (os estoy hablando de hace unos cuantos años) era muy frecuente pasar en cama casi los primeros cursos del colegio: que si las paperas, que si las anginas, que si el sarampión... Todas estas enfermedades que nos contagiábamos unos a otros en la escuela, llevaban aparejada una larga convalecencia arropados entre las sábanas.
Y aquí entraban en juego los libros, los tebeos, las novelas de la radio... Palabras, mundos extraños que te ayudaban a pasar las horas y a hacer más llevaderos los largos días de la recuperación. Palabras e historias que descubrían mundos nuevos, países desconocidos, costumbres exóticas... y que desde entonces forman parte de mi vida.
Los libros se introdujeron en mi rutina, en mis actividades, en mi ocio, en mi trabajo y desde entonces me acompañan como uno de los amigos más fieles.

Marimar de Blogge@ndo


Maria Alicia Esaín es mi "Brujita al otro lado del Facebook", nos encontramos el día de los enamorados y tuvimos un flechazo creativo y amistoso.

La hemos pedido que participe con su arte en este blog y nos ha enviado su Autorretrato Lector, es una obra de arte como todo lo que escribe.

Ana Municio

Autobiografía lectora-2012

Hace años que soy una bruja, me río para que no se den cuenta. En esta foto, le guiño el ojo a un fantasma socio mío que andaba cerca.

Nací en Navarro, Argentina, una tarde en que la gente estaba muy ocupada en una fiesta. A la hora del té, en lugar de tomarlo, tuvieron que ir a conocerme…y se asustaron. ¡Era una brujita perfecta!

Después crecí, aprendí a leer y muchas otras cosas. Devorar libros me gustó tanto, que visto siempre de telarañas. Es que ando por los rincones, leyendo sin parar. Las arañas, precisamente, me avisan cuando es hora de cocinar o de encender las luces, por ejemplo.

Me gustan los helados, los cuentos, los chocolates y los chicos. También los ravioles, el mate y la poesía.

Cuando estoy aburrida, salgo a volar en escoba con mis libros y visito las escuelas. Lo hago para que los chicos, a la noche, sueñen con horribles, horrendas y horrorosas historias de horror. Llevo esqueletos, sustos y tormentas en mi cartera, también gatos negros y lechuzas.

Desde que soy abuela, escribo mucho más que antes. Mis brujinietos necesitan pócimas y hechizos para sus chiquibrujerías. Esos conjuros están en mis libros. Han sido editados por el Banco Central de la República Argentina, Ediciones Infantil.com, el Grupo Clasa y Ediciones Uranito y algunas otras editoriales.

A todos mis libros, los guardo en armario. Él da chillidos de terror al abrirlo, pero es porque le gusta, nada más…

También escribo para sitios web. ¡Me encanta asustar por computadora!

Ya sabés, soy tu bruja amiga. Bien de confianza.

Un abrazo con alas de murciélago y besos con gusto a monstruo.

Alibruji 35


Y esta es Ana Municio, la otra lectora
Soy una lectora voraz desde que tengo uso de razón. Mis padres me cuentan que cuando era pequeña y aún no había aprendido a leer letras, yo ya me leía sola los cuentos leyendo las imágenes. Sigo amando esa dualidad, leo todas las letras que caen entre mis manos y hablo con la imagen a través de mi cámara de fotos. Para componer esas imágenes camino por el mundo leyendo de una forma especial, encuadro la realidad de mi alrededor como si siempre estuviera componiendo una foto.

Recuerdo con cariño a los profes del cole que me animaron a leer, especialmente a mi profesora Casilda que nos inició con una humilde biblioteca de aula en la necesidad de terminar un libro para empezar otro, y que nos diera tiempo a leerlos todos antes de que acabara el curso.

De esa época, yo tenía 11 o 12 años, recuerdo los libros de la autora María Gripe, me gustaron tanto que dio lugar a una costumbre que sigo manteniendo: cuando me gusta un autor leo todos sus libros hasta que los termino, me creo mis propias sagas. Aún conservo los libros de María Gripe, "Los escarabajos vuelan al atardecer", "El abrigo verde", "La hija del espantapájaros", y estoy deseando que mis hijos crezcan para invitarles a que los lean.

Siempre he visto a mi madre con un libro entre las manos, y a mi padre con mil proyectos en la cabeza, y creo que he sabido hacer un buen mix de ambos.
Mi madre disfruta de los momentos de lectura, atesora libros con la inquietud de un goloso en una larga cola de salida que va devorando poco a poco, saboreando con deleite cada novela. Recuerdo que se acostaba temprano con su libro bajo el brazo, todos sabíamos que una hora o más después aún podíamos entrar a desearla buenas noches y todos hemos seguido su ejemplo y somos ávidos lectores.
De mi padre he heredado la pasión por la fotografía, por la lectura del mundo en clave de imágenes. Ambos me han dado instrumentos con los que disfrutar en soledad, ¿hay algo mejor que saber estar con uno mismo?

Sigo con la costumbre de completar autores, casi lo he conseguido con algunos de mis favoritos: Isabel Allende, Amin Maalouf, Almudena Grandes, Noah Gordon, Pérez Galdós. Y voy en camino con muchos otros: Vargas Llosa, José Luis Sampedro, Haruki Malukami...No suelen defraudarme, pero procuro no leerles todos seguidos, para no cansarme, sin embargo me encanta encontrar cosas comunes en los libros de cada autor, es un entretenimiento que me llena de  gozo.

De todos modos, no me encasillo en este intento, ni en ninguna temática concreta. Me gusta leer de todo y sobre todo. Lo que más leo son novelas, pero no desdeño ensayos, poesía, literatura infantil y libros para seguir aprendiendo sobre mis muchos intereses. En mi mesilla de noche siempre hay un libro de educación, uno de fotografía (técnico o teórico), una novela y luego algo más. Ese añadido depende del proyecto que tenga en mente, a veces son de arte, otras de matemáticas, revistas de actualidad...depende de lo que estemos investigando en clase o de lo que ronde por mi acelerada mente.
No sé si es porque leo mucho o porque tengo mala memoria, pero no retengo todo lo que leo, y eso no es un problema, me encanta releer alguno de los libros que ya he leído. Así que de vez en cuando vuelvo sobre mis pasos y cojo de nuevo un libro, disfrutando mucho entre la sorpresa de encontrar cosas nuevas en esta segunda o tercera lectura y recordar otras.

Me gusta hablar a mis niños (hijos y alumnos) de mis lecturas, les cuento sobre qué autor leo ahora y porqué me he decidido con él o ella. Me gusta animarles a leer, leer con ellos, leerles y hacerles vivir su lectura. Disfruto las sesiones dedicadas a animación a la lectura, conocer sus interpretaciones de las historias que leen, como las asocian con su propia realidad, con  sus anécdotas.
Me encanta compartir con mi hijo de 6 años el descubrimiento de la lectura, sus primeros libros, sus primeras historias. Disfruto reconociendo en mi hija, de 4 años, a una futura lectora, que se inventa sus propios cuentos desde el folleto sacado del buzón o que trata a los libros como tesoros delicados.

La lectura forma una parte importante de mi práctica docente, no solo en las horas de Lengua. Leemos y escribimos para disfrutar, parar aprender, para investigar, para comunicarnos con nuestros compañeros, para expresar nuestras inquietudes, para desarrollar nuestra creatividad...Mis alumnos se llevaron el año pasado su medalla de Leones y este año se llevará la de Tragapalabras, porque el que entra en mi cueva (mi clase) solo puede salir siendo un auténtico Tragapalabras, no le queda más remedio.

Espero que la "lectura" de mis anécdotas lectoras os haya entretenido, si es así os lo agradezco, si no es así os pido disculpas por no haber sido capaz de proporcionaros una buena "lectura".
ABRAZOS

Andrés nos deja un autorretrato con música

Para los que no conocéis a Andrés os diré que es un profe bien parecido, sonriente y más desde que se dedica a aquello que realmente le gusta. Ya no hace nada que no quiera hacer.Ha tenido la suerte de poder jubilarse aunque si lo viérais nadie lo diría. Acordaos que os he anticipado que es bien parecido y un auténtico gentleman.
              UN AUTORRETRATO ALGO MÁS COLECTIVO...

Hi! niños y niñas que leéis (pequeños y mayores),
Doña Diriga nos pide un autorretrato lector con tintes lingüísticos. !Qué tarea más emocionante!.
Como yo sé que ella estimula a diario, porque yo lo he visto, las emociones, las fantasías y las conexiones personales de sus alumnos con el texto, cuando propone una actividad de lectura en el aula, cuando yo la veía hacer eso en el aula me acordaba de algunos de los maestros que yo tuve. Pero, perdóname Doña Diriga, el autorretrato que yo quiero plasmar en pocas líneas no es sólo personal, es algo más colectivo.
Es el autorretrato de bastantes lectores y lectoras que tú sabes que aprendimos a leer en la escuela...diríamos... "la escuela que aún estamos reformando".
La experiencia lectora de esa escuela tradicional de muchos de los que ya hemos crecido, se podría “ conexionar” o resumir en la famosa letra de la canción de Supertramp "The Logical Song".
"When I was young,
it seemed that life was so wonderful,
a miracle, oh! it was beautiful, magical.
And all the birds in the trees,
well they'd be singing so happily,
Oh! joyfully, oh! playfully
watching me.
But then they sent me away
to teach me how to be sensible,
logical, oh responsible, practical.
And then they showed me a world
where I could be so dependable,
oh! clinical, oh! intellectual".

!Cuánta capacidad de conocimiento nos hicieron perder nuestros maestros y maestras, doña Diriga! Podríamos haber llegado a conocer una cantidad enorme de cosas... !cosas que nos hubieran interesado! !cosas que nos hubiesen emocionado!.... pero...
Éramos lectores, como dice Almasi, que pensábamos que todas las respuestas a las cuestiones que se nos planteaba sobre la lectura estaban en el mismo texto; que cuando no entendíamos una pregunta decíamos que “no recordábamos esa parte del texto”, o alternativamente rechazábamos la pregunta y decíamos que “eso no se dice en el texto”. En definitiva, se crecía en un ambiente rutinario y aburrido cuando había que leer.
Y lo que era más importante, bastantes maestros nos enseñaron que, lo que pensábamos sobre el texto, nuestras reflexiones, o los pensamientos, sensaciones o sentimientos que nos generaba el texto no eran importantes, o eran irrelevantes para la tarea lectora que hacíamos. Además, llegábamos a pensar que el autor del libro era la máxima autoridad en lo que concernía al texto que se leía, cuando en realidad deberíamos haber sido nosotros...
Este autorretrato, como verás, Doña Diriga, está en blanco y negro, se ha decolorado, pero algunos tratamos de limpiar el polvo que almacena, sacarle brillo y pensar que leer es algo más. Es, como dice Mirta Goldberg: “conmoverse, sumergirse en las ideas de otros, entrelazar mundos, redescubrir el poder de la palabra, entrar sigilosamente en cualquier escenografía y deambular por ella. Es travesía, ida y vuelta, diálogo y batalla”.
Saludos
Andrés 

Bloggeando, continúa


Hace poco tiempo estaba leyendo una novela histórica cuyo nombre no creo necesario citar aquí y en la que había muchos personajes, a los que les pasaban muchas cosas, que se situaban en muchos lugares distintos y en momentos diferentes, una novela de esas que decimos “que engancha” porque….bueno, no sé muy bien por qué engancha pero, aunque con muchas páginas de sobra, leía, leía y leía hasta llegar a final, con prisa, casi con avidez. Una vez terminada, cerré el libro y se acabó.
Me resultaba difícil recordar qué era lo que atraía de éste u otro personaje, por qué uno u otro pasaje era interesante…pasaban cosas, sin más.
Después releí Cien años de Soledad y se hizo la luz porque también había personajes a los que les pasaban cosas y que se situaban en lugares distintos y momentos diferentes pero todas y cada una de las palabras, de los personajes, de los lugares… estaban envueltos en un halo de sabiduría literaria difícil de alcanzar.
Leer es siempre una experiencia gratificante pero leer buena literatura te enseña a ver y entender las cosas desde múltiples perspectivas, las de aquellos que saben fabular para acercarnos a los seres humanos y poder empatizar, amar, odiar, sufrir, gozar …en definitiva vivir.
Adela
Blogge@ndo

A la atención de Doña Díriga:
Atendiendo a su petición es para mí un placer colaborar en esta causa. Espero que sea lo que usted me pedía. 
Un abrazo,

AUTORRETRATO LECTOR 
Nací en un pueblo del interior de Gran Canaria, donde los inviernos eran muy largos, fríos y lluviosos y justo al lado de una escuela rural. 
Estos dos elementos son los que configuran mi hábito lector y mi vocación por la enseñanza. El primero, porque obligaba a organizar el tiempo de ocio dentro del hogar, en torno a la familia, los libros, la lectura; el segundo, porque desde los tres años me llevaba la maestra a la escuela y me entretenía con libros de pocas imágenes y muchas letras, amarillentos ellos y muy usados que desprendían  un olor que, en ocasiones, aún recuerdo.
Aprendí a leer muy tempranamente (4 años), con mis padres y con el periódico de la tarde que cada día traían a casa. Es otro olor que permanence intacto en mi memoria. Fueron ellos, por tanto, mis primeros modelos lectores.
Siempre he sido muy curiosa y soñadora. Siento una necesidad voraz de estar documentada y de recrear mi imaginación. 
De mi infancia, recuerdo aquellos libros fantásticos, llenos de color, fantasía, magia e ilusión que alimentaban esta curiosidad y que me abrían una ventana a un mundo de sueños. A través de ellos, desarrollé mi imaginación y mi creatividad y crecían mis ansias de aprender.
Mis padres me inculcaron el sentido de la responsabilidad, del esfuerzo, del trabajo bien hecho; me enseñaron a respetar, a compartir y a solidarizarme con los más débiles. Mis profesores desarrollaron en mí la conciencia social y ciudadana. A través de ellos y de los libros realicé mis primeros viajes, encontré respuestas a muchos interrogantes, descubrí realidades que desconocía, amplié mis conocimientos académicos y me formé como profesional.
La educación me brindó la adquisición de un nuevo idioma que amplía mi horizonte cultural, social y de conocimiento y abre mis perspectivas de comunicación y formación.
Gracias a la educación y a la generosidad de las personas que me han acompañado en el proceso, hoy siento un placer enorme en mi función docente y en mi afición por la lectura.


¿Os acordáis de la librera que nos regaló su autorretrato lector? 
Sí, Isabel, la de la Librería Cultura de Las Rozas.
Hoy, nos ayuda a entender, en primera persona, como ha cambiado la educación en España y como la educación que se adquiere en los libros cambia la vida. 
Ahora esta jubilada y decidió que era el tiempo de acudir  a la Universidad.
Un día, empezó a escribir en un papel esto que ahora comparte y lo dejó en el fondo de un cajón...
Doña Díriga ...no se si te servirá para algo pero lo quería compartir contigo...¿me das permiso para publicarlo en el blog?...nada me podría gustar más que compartirlo. 
Aquí esta una reflexión que ayuda a entender que existe ilusión en el futuro y compromiso con el cambio, ahora.
SUEÑOS Y EXPERIENCIAS DE UNA UNIVERSITARIA TARDIA
Capítulo 150 pesetas y unos calcetines

A falta de 3 meses para la Navidad de mi 14 cumpleaños (sí, era el 25 de diciembre, siempre he sido muy ahorradora en celebraciones), mi familia me sorprendió con una noticia de lo más inesperada: ¡Empezar a trabajar como auxiliar administrativa en una empresa siderúrgica!

-No puedo-les dije muy convencida.-Yo quiero ir a la Universidad. Si hasta me han dado una beca por mis buenas notas.
Se quedaron mirándome tan serios que me asusté. Recé porque estuvieran de broma, pero no. Mi padre estaba enfermo, las circunstancias eran las que eran y por primera vez, la vida me cerró una puerta en las narices.
Pasé unos días muy triste, intentando aplacar el espíritu rebelde que se revolvía en mi tripa contra mi “destino”. No podía con él, así que tomé una decisión. Si bien no podría estudiar, al menos trabajaría con lo que más me gustaba en el mundo: los libros.

Todos los días buscaba como loca en las demandas laborales el nombre de alguna editorial o una librería. ¿Cuánto tiempo creéis que se tarda en encontrar una aguja en un pajar? ¿Toda la vida? No si se busca con pasión. Yo encontré la mía en tan sólo 15 días:
Ediciones Omega: se requiere administrativa.

¡No podía creerlo! Mis ojos se iluminaron al ver ese anuncio de tal forma que el faro de Alejandría habría parecido una cerilla a mi lado.

No lo pensé ni un minuto y eché a correr por toda Barcelona hasta llegar a la editorial, en la calle Casanova 220. Quería ese trabajo, así que me lancé y solicité una entrevista directamente con el dueño: El Sr. Paricio. Tras unas cuantas preguntas sobre mi formación, experiencia, etc, me ofreció un sueldo de 450 pts, que en el año 1956 no estaba nada mal, pero ¡desgracia para mi! Eran 50 pts menos de lo que ganaba en la aburrida siderurgia y, obviamente, mi padre no iba a consentir el cambio.
Sugerí, rogué, imploré, supliqué al Sr. Paricio que me proporcionara la manera de ganarme las 50 pts de diferencia, haciendo más horas, trabajando los domingos, limpiando la oficina, llevándole los trajes a la tintorería... Lo que fuera, pero que me permitieran en casa cambiar de trabajo. Se quedó pensativo unos minutos en los que perdí la esperanza. Y le convencí.
25 años más tarde, en México, en una reunión a la que acudí ya como directora de una editorial, volví a encontrarme con el Sr. Paricio. Me contó que había visto tanto deseo en mi petición que casi estuvo convencido, pero que cuando vio que aún llevaba calcetines, terminó por decidirse.
Y así fue como la vida me abrió por primera vez una ventana, desde la que tenía una vista tan alucinante que me daban ganas de vivir. Los cuatro años que trabajé en Omega fueron para mí una aventura maravillosa, llena de historias apasionantes, como mi primer amor, tan importante que mantuve durante quince años...platónicamente, claro. Pero ya os las iré contando.
CAPITULO 2:      El tiovivo de Lara.

La editorial estaba a dos calles del Hospital Clínico donde ingresaban a mi padre a menudo, pero al menos podía visitarle todos los días al salir de la oficina. Allí conocí a Lara, la mejor enfermera-jefe que un paciente y sus familiares pudieran soñar. Nos hicimos amigas enseguida, me ayudaba a cuidar a mi padre y yo a ella a otros enfermos, y me dejaba colarme en el mirador elevado del quirófano para asistir a las operaciones que realizaban los cirujanos, como una estudiante de medicina más. Pero esto no era lo mejor.

 Solía hacer coincidir el final de su turno con mi salida y cogíamos un tranvía circular que daba la vuelta a Barcelona desde el puerto hasta los pies del Tibidabo. Era como un tiovivo gigante. Cuando teníamos tiempo, sábados y domingos, me invitaba a un café con leche  y un San Jorge, un pastel de nata y chocolate que me sabía a risas y confidencias. Luego subíamos al tranvía y dábamos varias vueltas a Barcelona hablando de miles de cosas.

Al escribirle a Isabel y contarle que había salido a la Red su boceto de no se sabe qué...Ha contestado esto
Querida doña Díriga, ¡qué ilusión tener noticias tuyas de nuevo! 
El próximo miércoles 30 ¡¡¡ME GRADUO!!! qué risa me da... pero también que emoción... 
Hace un tiempo Oscar, mi hijo, me regaló una serie de textos cortos, para mí bellísimos, no sé si será pasión de madre y entre ellos hay uno directamente relacionado con la librería que como es cortito, te lo voy a transcribir para conocer tu opinión.
"Le hablas de un libro a una señora muy mayor y arrugadita, y a medida que tus labios van desenrrollando esa historia que a tí te parece maravillosa, ves como sus ojos se iluminan y ese pliegue que es su boca se expande y toda su cara es ya una gran arruga que resplandece y entonces empiezas a contar más y más historias, empiezas a desvelar los misterios fascinantes de todos los libros que conoces para que esa luz no se apague, para que esos ojos diminutos que beben tus palabras sigan mirándote y al final su mano se aferra a tu brazo para acercarte a esa boca que susurra "dime como te llamas..." y se lo dices y se lleva todos los libros que le caben en el carrito y promete volver a por más historias y la miras irse tan contenta, con todas las historias de amor que como promesas le has regalado"

Esta tarde voy con unos amigos a la Residencia de Estudiantes para celebrar el centenario de esa maravillosa institución con un concierto coral y luego una cena.
Imagino que conoces el lugar donde Juan Ramón Jiménez plantó un jardín de adelfas, romero, tomillo... y donde vivieron García Lorca, Buñuel, Dalí... en la calle Pinar. Me he sorprendido esta semana de tantas personas que desconocen este lugar mítico ya, hoy voy a enseñárselo a una escritora, directora de doblaje y su marido. No sé si recibís ahí el País dominical, pero el domingo pasado día 20 dedicaron un capítulo a la Residencia. Si no lo has leído te lo recomiendo, supongo que en la página web del País lo encontrarás.
Acabo de enviar los datos de tu blog a una gran amiga argentina, profesora en la Sun Valley University de Chicago, aunque ahora da clases de literatura iberoamericana a estudiantes de USA .Es una maravillosa maestra creativa en el mundo de los niños. Hace años trabajó conmigo en la ya desaparecida librería El Brocense y también colaboró en Cultura en algunos días de Andersen. Es todo un personaje interesante, te hablaré de ella cuando nos veamos, se llama Zulema Moret.

Hay otro tema que me gustaría hablar contigo. ¿tratais la violencia de género en las clases? tengo un libro cortito, de prosa poética escrito por una educadora social, Mada Alderete que se llama "LA CASA DE LA LLAVE" que me ha impactado. Otro asunto para hablar despacio cuando vengas ¿Cuándo será?
Mientras recibe un gran abrazo, Isabel
Esto es EMOCIÓN 2.0 y nueva cultura emergente ¿no? De nuestras charlas "cara a cara" a compartirlas en la Aldea Global.
¿Aisla Internet?¿fomenta valores? ¿establece relaciones personales?

Ayer el partido puso las emociones a flor de piel para los españoles. Hoy es el día de después de...Es fin de semana y ¿qué mejor momento para agradecer a Fabiola este maravilla de autorretrato lector: leer en la vida? En la tribu, tenemos que compartir el saber apreciar el esfuerzo sin recompensa material, ni estrellitas, ni regalos sino por el placer de aprender  a leer: en los libros y en la vida.

Gracias Fabiola por haber confiado a  tu hijo a nuestro centro y por compartir tu tiempo y tus abejas, y tu saber cuidar un huerto con todos nosotros.


Buenos días Doña Díriga:

Creo recordar que lo que quieres saber es: qué o quiénes me han inspirado en mi vida.
Esta pregunta me ruboriza, supongo que aparece en mí la timidez de mi niñez y el sentir que yo no me considero nada especial.

Mis primeros y más duraderos maestros han sido mis padres.
Mi padre me enseñó a leer y a escribir, a trabajar, me transmitió su pasión por la naturaleza y a no tener miedo de las abejas.
Mi madre, con once hijos, nunca tuvo tiempo de no hacer nada, ni de estar deprimida. Aprendí esto de ella. También aprendí a tener compasión por los animales y por extensión de las personas. Me enseñó a cocinar, coser, limpiar, reparar, reciclar, preservar... Si, todas esas tareas que supuestamente una mujer que va a la universidad no va a necesitar... Pues bien, todas ellas han sido valiosísimas en mi vida; la han enriquecido, han sacado mi aspecto creativo y han ayudado a que hiciera hogares en todos los sitios que he vivido.

Los primeros años de mi infancia fui a un colegio de monjas y aprendí de ellas el gusto por la justicia. No porque ellas lo practicaran, sino por lo opuesto. En el colegio público, al que acudí después, hubo varios maestros de ciencias que hicieron mella en mi sobre todo porque eran mas justos y pasionales en sus relatos.

El bachiller lo cursé en la Universidad Laboral de Cáceres. Cuando pienso en esos años, los pensamientos se aglomeran en mi cabeza sin orden. Era tanta la presión académica y social que encontré aquel ambiente hostil para mi formación académica y ciudadana. Sin embargo, hubo un maestro que incrementó mi gusto por la vida y fue el profesor de Biología. Su tristeza me producía tanta compasión que estudiaba con esmero su asignatura con la esperanza de que ello lo levantara el ánimo. No creo que lo consiguiera.

Madrid abrió puertas culturales y me enfrentó a situaciones políticas, económicas y sociales nuevas que ayudaron a mi formación. Algunos de mis profesores de biología, a pesar de no ser muy elocuentes oradores, supieron transmitir la importancia de cuidar y manejar sosteniblemente nuestro planeta. Esta lección la he practicado desde entonces.

Viví
en Nicaragua cinco años y sus gentes, paisajes y situaciones fueron una escuela de aprendizaje constante. Cierro los ojos y vienen a mi memoria un sinfín de imágenes. El anciano campesino que te da su compañía y protección ya que es lo único que tiene; el entusiasmo de las mujeres sembrando árboles para reforestar la selva explotada por las empresas capitalistas; la tranquilidad y la atenta mirada de los niños en la clase, no sé si por interés de lo que les cuento o como indicativo de la falta de proteínas en su dieta; las interminables colas; la falta de valor de la moneda, la belleza de la selva virgen.. Discusiones políticas, reflexiones, mi juventud...

Gran Bretaña también ha sido una gran maestra. Aprender un nuevo idioma trae consigo muchas cosas, alegres y tristes: la impotencia de no poder expresarte y la alegría de cuando te entienden, el sentido del ridículo y el sobreponerse a él; la falta de respeto por unos y la consideración de otros, la discriminación injustificada y la confianza absoluta no esperada; nuevas culturas y la reconsideración y análisis de la propia...

En fin, Doña Díriga, creo que en este hacerse día a día, contribuye todo. Incluso tú. Recuerdo mi primer día en la huerta del cole, limpiando lo que entonces era un lugar semiabandonado y sucio. Te acercaste con tus niños. Vi, oí y sentí como te dirigías a ellos y pensé, que suerte tienen estos niños y que suerte he tenido yo de conocer a alguien que esta contribuyendo a que estos niños sean un día adultos felices.

Con cariño y mucho respeto,

Fabiola
Me considero dibujante más que ilustrador. Dibujante que escribe, más bien...Cuando un garabato promete personaje, se me queda rondando en la cabeza...
Recuerda pinchar en la imagen y aplicar la lupa para leer el texto completo
Nos pusimos en contacto con Gustavo Roldán, tras nuestra aventura de ser sus críticos de su nueva obra que todavía no esta terminada y...le pedimos que nos contara, en un folio, algo sobre él mismo. Enseguida nos envió esto que había publicado en una estupenda revista CLIJ (CUADERNOS DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL)

Esperanza Román
http://vieki.blogspot.co.uk/2011/05/el-bibliobus.html
En casa siempre hubo libros. Algunos procedían del Círculo de Lectores o de la Biblioteca Básica Salvat. Otros de ropavejeros. Los más, de un bibliobús que todas las semanas se estacionaba durante un par de horas al final de la calle en la que vivíamos. Éramos cinco en mi familia, así que podíamos sacar diez libros todas las semanas. ¿O serían quince? La memoria me falla. Eran los años setenta.
Pero lo que sí recuerdo perfectamente es la fabulosa sensación que sentía al subir a ese autobús azul que, aunque pequeño, a mí me parecía inmenso. Mi madre nos llevaba a la parada antes de que llegara el bibliobús, por lo que casi siempre éramos los primeros en subir. Devolvíamos los libros; el bibliobusero localizaba nuestras fichas en su archivo, quitando pausadamente el clip con las tarjetas de registro que, acto seguido, volvía a colocar en la bolsita de cada uno de los libros. Ya podíamos buscar nuevas lecturas para la siguiente semana. Creo no estar equivocada si afirmo que todo el inventario de esa pequeña fábrica de sueños rodante pasó alguna vez por casa. Había de todo y leímos de todo.
Ahora, filóloga y con muchos años de lectura a mis espaldas, sigo sintiendo el mismo placer que antaño cuando estoy en una biblioteca. Las que visito ahora ya no son estrechas, ni alargadas, ni tienen ruedas. Sus catálogos están digitalizados y hasta muchos de sus libros se pueden consultar directamente por Internet. Pero lo más importante no ha cambiado: las bibliotecas están llenas de tesoros que quieren ser descubiertos. Ninguno es igual: algunos los han leído miles de personas; otros, siguen esperando su oportunidad. Y si esa oportunidad se la da un niño, mucho mejor todavía, porque la mayor ilusión que tiene un libro es que lo abran con cariño unas manos curiosas y lo lean sin descanso unos ojos con pasión.
Como los míos. Como los tuyos.
¡Feliz Día del Libro! 
Esperanza Román
Lola Urbano no sabe leer


Pues yo no sé por qué ni gracias a quién empecé a leer. Tampoco soy una gran lectora ni me interesan mucho las cosas que le interesan a la gente culta que lee culto y lo cuenta cultamente quedando como dios en cualquier sarao social. Yo siempre sé con qué he disfrutado y qué no me ha gustado, pero tengo serias dificultades para recordar nombres y títulos.

Me recuerdo desde siempre, 4 años en adelante, leyendo como una posesa, adicta a los libros, las revistas y cualquier cosa que me ayudara a evadirme de la realidad. Pensando en eso, en mi aquella realidad de entonces, sé que objetivamente no era para tanto, pero a mí no me gustaba nada, nada, nada, así que meterme en una historia ajena me salvaba de la mía y me ayudaba a creer que, alguna vez, yo sería distinta y mejor de lo que entonces me veía. De hecho, creo que mucha gente que lee mucho, lo necesita para no desesperarse. La literatura salva vidas, estoy convencida.

Ahora sé la niña espléndida que era, pero como vivía metida entre historias diversas, nunca daba la talla en nada. No tenía las tetas de Sigrid, ni los ojos azules de aquellas muñecas demoníacas que, una y otra vez, SSMM los HHPP de los RRMM (¿tengo que explicar quiénes eran?... dudo si la P es una o son dos... porque cada uno de SSMM los RRMM debió tener su propia madre, ¿no?), de manera que me veía pueblerina, canija y poco obediente, es decir, un desastre. Y ese desastre que era mi vida interior me llevó a convertirme en una auténtica devoralibros. También leía misales, prospectos y periódicos. Todo lo que mi abuelo se echaba a las gafas, detrás lo cogía yo.

Daba igual qué libro fuera, yo los abría todos. 
Las vidas de santas (y algún santo a la parrilla) me ocuparon una temporada, qué morbosa era entonces... y qué miedos pasaba leyendo aquello. Me acuerdo hasta de lo que pensaba "pues yo no sería capaz... anda que como esté dios escuchándome... pero vamos que no, que si me dicen que diga que soy de otra religión, yo lo que diga Nerón". Creo que podría escribir un libro con una retahíla de pensamientos variadísimos y a cual peor. También leí Camino, estaba en la mesa de camilla casi siempre.


Lo que más me gustaba de todo eran los tebeos. Mortadelo me caía fatal, pero Zipi y Zape me tenían presa. Después descubrí la biblioteca pública, el silencio, el olor, los pasos quedos... vamos, que no entiendo por qué no soy bibliotecaria. Las colecciones enteras de Tintin, El capitán Trueno y todos los superhéroes que le gustaran a mi hermano, que es quien se gastaba la yesca y yo leía de segunda mano. Y llegó Martín Vigil con "La vida sale al encuentro" y "Jarama" de Ferlosio, y una pila que no voy a poner aquí, porque no.

Un día descubrí la parte alta de la librería. Muy interesante. Vida sexual sana. Para que tu matrimonio dure. No acababan de engancharme esas lecturas. Así que me ofrecí a limpiar el piso del hermano de mi madre (un tarambana que tuvo que huir de España y dejó un piso alquilado a modo de guardamuebles) que él sí que tenía una biblioteca interesante. Bocaccio, Agatha Christie, Colette, Arthur Conan Doyle, Dumas, Dickens, Blasco Ibáñez, Thomas Mann, Joyce (no, no lo he terminado)... venga leer penas de otros... y fantasías mil. No he de decir que al poco tiempo mi madre descubrió mi manera de limpiar y ya no me dejó engañarla más.

Nunca me dio el punto de leer el Quijote. Todo lo que huele a obligación me provoca cierto rechazo, no sé si es innato o pura supervivencia, pero afecta incluso a cosas que me harían bien, como ésta. 
Ya no me preocupa leer para ser lo que hay que ser (una persona instruída, leída y estudiada). O leer lo que hay que leer. O lo que recomiendan. Tampoco necesito ya leer para huir, ya no soy una niña asustada todo el tiempo, ahora me gusta mi vida.



Leo mucho en Internet, leo libros de pensar, leo murakamis también, pero solo lo que me gusta... Uno de los grandes placeres de hacerse mayor es que cuando los políticos, la familia, los jefes, los colegas, el vecindario y las noticias del mundo terminan cada día, cuando te queda un ratito de estar y ser contigo... haces lo que te da la realísima gana. Leyendo, también.

Autorretrato volador de Nicolasa

Creo que no estaría escribiendo este autorretrato si no me gustara mucho leer y escribir.

Crédito de la imagen
Cuando era pequeña devoraba colecciones. Los cinco, los siete secretos, los Hollister, los tres investigadores, Puk… Me encantaban las aventuras, los peligros a los que se enfrentaban, cómo hacían sus planes a escondidas de los adultos… Podía estar horas y horas leyendo. Lo que más me gustaba era despertarme los fines de semana, coger mi libro y quedarme en la cama leyendo hasta que mi madre viniera a levantarme. Estas colecciones enganchaban, y no me daba tanta pena que se acabara un libro porque ¡sabía que habría otro después! 

Casi nunca faltaron libros en casa (aunque hubo temporadas en que sí): éramos cuatro hermanos, y a todos nos regalaban 3 o 4 libros los reyes magos, y otros tantos cuando llegaban las vacaciones de verano. No es que mis padres anduvieran muy bien de dinero, pero cada mes ponían un poquito en un sobre y lo llevaban a la "librería de cabecera" y así, cuando llegaba el momento, no era tan costoso. La "librería de cabecera" estaba en el barrio, y era un sitio maravilloso, donde el librero o la librera nos conocían a todos, nos recomendaban los mejores libros infantiles y de mayores, y nos dejaban leer las primeras páginas de cada uno para que nos decidiésemos… Todavía ahora voy a veces, a buscar un libro para mí, o para mis hijos, y me dejo guiar por estas personas que han leído casi todo y saben bien lo que me puede gustar y lo que no.

También mi abuela guardaba en sus altillos muchas de las novelas que leyeron mi madre y mis tías; había más de cincuenta de una vieja colección de Editorial Juventud  (Papaíto piernas largas, El tulipán negro, Los tres mosqueteros, Corazón…), una colección de novelas de Emilio Salgari, casi todas las historias de Celia y sus amigos, la colección completa de Tarzán… Así que cuando vinieron las vacas flacas, empezaron a circular estos libros, que al principio mi abuela guardaba celosamente y que no tuvo más remedio que dejar marchar. 

Pronto algunas editoriales empezaron a publicar otro tipo de libros, con aventuras más próximas en el tiempo a nuestros días. La Galera o Alfaguara sacaban títulos con unas historias asombrosas detrás, sobre personas que se parecían a nosotras, pero en otros países a los que España había estado dando la espalda, o historias escritas por personas que por fin podían publicar en su país…. Claro, que para eso se tuvo que morir Franco… De esa época recuerdo especialmente a Miguel Hernández, el poeta, que me cultivaba (y aún lo hace) con su inverosímil forma de manejar las palabras, a Carmen Kurtz y las peripecias que hacía pasar a Óscar, a Momo de Michael Ende, o a Emili Teixidor, un mago del misterio juvenil… Qué suerte tuve de vivir esos primeros tiempos de OTRA literatura infantil y juvenil, y ¡cuánto me costó pasar a la literatura "de mayores"…! Pero poco a poco, dejándome recomendar por mi madre, que me conoce tan bien, fui entrando en esas otras aventuras, las de la vida de las personas adultas: conocerse, conocer a los otros, amarse o separarse, meterse en política o en aventuras financieras, en líos ilegales, morales, o filosóficos… Últimas tardes con Teresa, de Joan Marsé, o Cien años de soledad, de García Marquez, me mantuvieron horas y horas en la cama, pasando página tras página hasta llegar al final… Leer era algo emocionante, siempre. Era un refugio, una diversión, un escondite, un descanso… y nunca había instrucciones sobre qué sí o qué no había que leer… así que ¡doble aventura!

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Los últimos años de instituto ya no era capaz de leer durante el curso; acababa cada día cansada, y un día, no pude hacer el pequeño esfuerzo que requiere despedirse de un libro para empezar uno nuevo… así que durante dos o tres años solo leía en vacaciones. Desde entonces, siempre he sido consciente de que el placer que se obtiene de un buen libro necesita una pequeña inversión previa, un empujoncito que no siempre somos capaces de dar. Y cuando esa limitación me ha hecho añorar suficientemente el viaje a lo desconocido que espera entre las páginas de cada libro, he encontrado de nuevo energía para embarcar… Lo mejor de leer es que es un acto libre, un ejercicio de libertad personal completa, pero solo una vez que sabes de verdad lo que es: un viaje a tu interior, y al interior de quien lo escribió, que te llena de vida.

En el pasado reciente, coincidiendo con mi dedicación a la crianza de mis hijos e hija, he leído, sobre todo, historias de mujeres, contadas casi siempre por mujeres: Almudena Grandes, Marcela Serrano, Marian Keyes, Carmen Martín Gaite, Elvira Lindo, Dulce Chacón, Ángeles Mastretta… buscando tal vez referencias, queriendo ser más y mejor mujer, esa condición que de pronto se vuelve única. Creo que una de mis favoritas fue el Altas de Geografía Humana, y la que más mi hizo sentir, y llorar, La voz dormida. A veces, me dejo aconsejar por mi hija, o por mis hijos, y leo lo que ellos leen (que es mucho y variado) pero les hago caso muchas menos veces de las que me gustaría...

A día de hoy, leo mucha menos narrativa, y mucho más ensayo. Y por circunstancias especiales, este año leo solo libros en inglés. Pero para estar a gusto necesito leer dos o tres al mismo tiempo, porque no todas las noches me apetece lo mismo. Salvo en algunos casos excepcionales, mi corazón se siente un poco abandonado cada noche cuando cojo lo que sea que esté leyendo, así que, al menos, le doy a elegir de entre varias opciones. Creo que lo que ha mantenido viva mi pasión lectora es la capacidad de emocionarme, un trabajo en equipo entre la persona que escribe y yo. La emoción intelectual, vibrar ante las ideas, los conocimientos y las reflexiones de las personas sabias sobre la vida, el universo y todo lo demás, no es comparable, para mí, con el poder que tienen las historias de hacerte volar por otras vidas, otros universos… y nada más… Ahora internet me permite estar más cerca de quienes escriben, de quienes cuentan sus historias en sus blogs, o en twitter, y la verdad, las historias de esas personas son para mí aún más emocionantes, porque a veces son ficción, y a veces no ¿quién sabe?

No me gustaría acabar sin tratar de responder a un par de preguntas: ¿qué despertó esta pasión?¿Y qué ayudó a que no se perdiera por el camino?

Creo que fue muy importante tener siempre a mano buenas historias: mi padre y mi madre se ocuparon de que esto ocurriera, y de hecho se siguen ocupando. La casa de mis padres estuvo, y está, llena de libros. No creo que les costase esfuerzo, porque ambos ya eran grandes y apasionados lectores. 

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Otra clave creo que está en haber podido elegir y probar entre muchos estilos, géneros y formatos, y la ayuda de otras personas para encontrar siempre algo adecuado al estado de ánimo, a las ganas de esforzarse o al deseo de aprender. En las estanterías de mi casa lo mismo podías (y puedes) encontrar el Ulysse de Joyce, la colección completa de Marcial Lafuente Estefanía, De dónde vienen los niños, Mortadelo y Filemón, Yo Robot, o las obras completas de Karl Marx. Y todo eso estaba disponible. Podía pedir consejo, orientación, ideas. Pero, en esencia, aprendí acompañada a elegir lo que se ajustaba a cada momento mío, sin limitaciones y sin ansiedades por parte de nadie. Así que nunca leí El Quijote más que en una versión cómic, y sin embargo leí mil ediciones de los cuentos de los hermanos Grimm.

Pero creo que lo más importante de todo fue el deseo de mis mayores de compartir conmigo la experiencia inigualable de leer y ver el mundo a través de los libros.
Soy lo que he leído

Recuerdo que cuando era un niño, una parte importante de mi distracción era la lectura. En mi casa había libros, no muchos, como correspondía a una familia humilde y sin apenas formación, pero suficientes para que ya desde pequeño considerase el libro como un objeto preciado. 

Mis padres nunca me negaron un cuento o un libro; si no lo podían comprar iba a la biblioteca del pueblo donde pasaba muchas tardes ojeando o leyendo los libros que me llamaban la atención. Desde pequeño, cada vez que viajábamos para ver a familiares lejanos, acostumbraba a comprarme cuentos troquelados o revistas de pasatiempos para distraerme en el tren. 



 Cuando crecí, los cuentos dieron paso a colecciones como Los cinco, Los tres investigadores, Los Hollister, etc. y también clásicos juveniles (colecciones como las de Anaya, el Club Joven de Bruguera o las primeras colecciones promocionales de quiosco). Seguía visitando la biblioteca y leyendo Astérix o Tintín, además de otras novelas juveniles que caían en mis manos. 


 

En esos años conocí muchas obras clásicas en forma de cómic (los ilustrados de Bruguera), lo que me animó a descubrir ese mundo justo en el comienzo de mi adolescencia: las historietas de la editorial Buru lan, El Cairo, El víbora, Zona 84, Cimoc, Creepy, Comix, 1984, Hara kiri, Totem, etc. En esa misma época me aficioné a revistas como Muy interesante o Cacumen


De aquella vorágine lectora tan desordenada surgió un interés especial por la literatura seria. Debo decir que ese interés se despertó cuando ya pasaba los veinte, así que comencé a estudiar Filología para saciar esa curiosidad por la literatura. En esos tiempos me hice un lector compulsivo, algo que todavía padezco. Empecé a apreciar a los autores grecolatinos clásicos, la grandeza de la literatura medieval, el ingenio y maestría del siglo de oro, los triunfos y fracasos de la literatura moderna y contemporánea. 
En la actualidad sigo leyendo, libros en papel, libros digitales y muchos artículos de la red, sobre todo aquellos que escriben mis buenos amigos blogueros. He hecho de la lectura y la literatura mi oficio y leer sigue siendo mi pasión. Soy lo que he leído y creo que esa es la grandeza de leer: crecer siempre acompañado de grandes maestros.

Toni Solano

Nos envía un profesor de lengua, Jose Luis Gamboa,  su autorretrato lector en una nueva versión, en audio.
Al escucharlo, no he podido dejar de recordar la voz de Antonio Gala ¡qué curioso!
Mil gracias por esta manera de emocionarnos desde la voz, desde la palabra que se adivina escrita en papel o en nuevos formatos y por esas excelentes recomendaciones.
Jose Luis Gamboa
Es un lujo para el proyecto contar con tantas emociones lectoras que emocionan a los que las escriben o narran y emocionan a los que las leen o escuchan.




AUTORRETRATO LECTOR
( Mundos iletrados y hojas sarracenas)

Nada hacía presagiar que me convertiría en lectora contumaz. El único libro que había en mi casa era el libro de familia. Veranos tediosos y siestas eternas en las que mi padre me enseñaba a escribir palabras en el aire. Noches de invierno al calor del brasero de picón en las que mi madre  contaba historias reales que nada tenían que envidiar a  los novelones dieciochescos... Éstos son los antecedentes literarios de mi infancia.
Vivíamos en un mundo iletrado, lleno de canciones de corro y juegos en la calle, de coplas flamencas y culebrones radiofónicos, en calles sin asfaltar, enfangadas en invierno, polvorientas en verano.

Pero todo cambió el día que entró en mi vida “La hoja sarracena”.
Hasta ese momento, mi hermano y yo habíamos sido devoradores de cómics: Jabato, Capitán Trueno, Zipi y Zape, Mortadelo,... Comprábamos, prestábamos y leíamos cuanto caía en nuestras manos. Yo me perdía en el dormitorio entre los tebeos amontonados cuando me mandaban a barrer o limpiar el polvo.
En el verano del 72, el cartero del pueblo nos prestó su único libro: “La hoja sarracena” de Frank Yerby. 
Aún recuerdo las pastas azules y las hojas amarillentas. Con nueve años fue mi primera novela. Mi hermano y yo nos la disputábamos. Esperábamos que el otro se descuidara para robarla y leer a escondidas en el cobertizo, bajo la parra del corral o detrás del gallinero. ¡Cual no sería nuestra decepción al llegar al final y comprobar que alguien había arrancado la última página! ¡Nunca conoceríamos el destino de Pietro di Donati!
A partir de ahí comencé una ardua investigación para obtener libros de bibliotecas particulares, del colegio.  Leía cualquier cosa que pasara por mis manos: tebeos, novelas del oeste, fotonovelas, Julio Verne, Salgari cargado de corsarios y rodeado por los mares del sur, “Sadako y las mil grullas de papel”, “Gora” de Rabindranath Tagore. Entre todas aquellas lecturas, me impresionó sobremanera “Viento del Este, viento del Oeste” de Pearl S. Buck.

Me veo a mí misma, después del colegio, sentada en la mecedora leyendo mientras tomo la merienda; escondiendo los libros debajo de la labor de costura, aguardando un descuido de mi madre para leer; de madrugada, con una linterna bajo las mantas, esperando el momento en que todos durmieran para acabar una novela que debía devolver.

Otro de esos veranos interminables, secos y tediosos, descubrí la poesía en un libro de bachillerato de mi hermano. El cartero, de nuevo, me había prestado un manual de mecanografía. Harta de aporrear las teclas y escribir series de letras sin sentido, abrí aquel libro y me dediqué a copiar poemas de Bécquer, Rubén Darío, Espronceda o Machado. Aún conservo aquel manual forrado de plástico blanco.
Hasta los catorce años no compré mi primer libro, una antología de Miguel Hernández de la editorial Cátedra que fue durante mucho tiempo mi mayor tesoro.

Los libros siempre me han acompañado, en los momentos de relajación pero especialmente en los  de angustia: hospitales, salas de espera, estaciones de autobuses,...
Cuando iba a tener a mi primera hija, entre contracción y contracción, me acompañaba Benedetti y su “Primavera con una esquina rota”. Alejé el fantasma de la depresión pos-parto releyendo una y otra vez “El jinete polaco” de Muñoz Molina. Si estoy triste busco de nuevo a Jane Austen y la coloco en mi mesita de noche.


Ahora tengo muchos libros. Mi biblioteca, como mis lecturas, no responden a ningún orden lógico. Me gusta tenerlos cerca, pasearme por los estantes de las librerías, tocar sus lomos, recorrer los pasillos de las bibliotecas públicas,... También presto y me prestan. Hace poco adquirí un volumen de “Viento del Este y viento del Oeste” y desapareció en  un préstamo. No me importa. Los libros están para ser leídos.

Últimamente también soy lectora de pantallas: prensa digital, blogs, webs, mensajes y comentarios, tuits, vídeos,... Tengo la impresión de que me paso el día leyendo. No hace mucho me regalaron un e-book. Mi desconfianza inicial solo duró el tiempo justo de comprobar  la levedad de una novela de ochocientas paginas en mi bolso. 
Aunque nada hacía presagiar que me convertiría en una lectora persistente, contumaz, anárquica y apasionada, tal vez  influyeran las novelas de Mika Waltari que mi padre tomaba prestadas del Casinillo del pueblo o que unas nanas cantadas por mi madre son los versos más bellos que conozco.
Quizás, simplemente, busco en todos los libros el final de “La hoja sarracena”.

                                                                                                       Pepa Bermudo

Como en tantas ocasiones, damos las gracias Carmen Iglesis que ...



LECTURAS, PADRES Y AMISTAD



Con esta “cartilla”, así la denominábamos por aquel entonces, aprendí a leer. En aquel momento empezó todo. La descubrí, no hace mucho, por casa de mi madre y es uno de mis recuerdos más nítidos de infancia. En ese recuerdo aparezco aproximándome a la mesa de la “seño” aguardando en una fila hasta que me tocara el turno de leer. Ansiosa por hacerlo bien y que ella escribiera la fecha del día siguiente en la correspondiente hoja. Esa cartilla y posteriormente los libros de lectura me acompañaban allá donde fuera, de tal modo que aún hoy, podría reproducir alguna de aquellas lecturas casi de memoria. Recuerdo una, curiosamente dedicada al hundimiento de “El Titanic” que me impactó. Un día mi padre, persona sin casi estudios pero interesada por las palabras, cuanto más extrañas mejor, me regaló un enorme diccionario que conservo titulado, “Mi primer Sopena” y así logró contagiarme esa pasión por la palabra.
Ya en 7º de EGB descubrí a Bécquer y con él, la poesía que supuso para mí todo un hallazgo y unas inmensas ganas de emularlo. Mi despegue lector se originó en el instituto, no tanto por las lecturas obligadas como por aquellas que nos recomendábamos los amigos. La Realidad y el Deseo de Cernuda andaba de mano en mano, Lorca, casi enterito, reafirmado por las magníficas representaciones de sus obras a las que pude asistir por aquel entonces. Fascinada también por los cuentos de Cortázar o Borges. A una amiga le regalaron Un mundo para Julius de Bryce Echenique, que también corrió como la pólvora entre todos nosostros. Todo esto aderezado con mayor o menor éxito por todos los clásicos que tocó leer. Ya en la facultad apareció La Regenta, Cien años de Soledad, Pedro Páramo, también El Libro de buen amor, La Celestina y El Lazarillo, ahora disfrutados de verdad, como tantos otros. Y con todo la certeza y unas inmensas ganas de hacer disfrutar a los alumnos de esta magia.

                   Mª José Chordá Valls 
Un autorretrato lector poético: Felipe Zayas

Le pido a Felipe Zayas, maestro de animadores lectores, que nos regale su autorretrato y, amablemente, nos cede este que publicó hace un tiempo.

Abre la puerta a la lectura de poesía , tema no tratado hasta ahora.
Nos adentra en recomendaciones y pinceladas de emoción. Pinta un cuadro con palabras.

Yo creo que gocé antes de la poesía que del relato. Recuerdo que me gustaba mucho oír los cantos de los mozos y mozas del pueblo, los días de fiesta, en los descansos del baile en la plaza, que se hacía al son del acordeón y el tamboril, con un carro como escenario de los músicos. Creo que esos cantos fueron para mi el inicio de la afición a la poesía, a la que contribuyeron, sin duda, las canciones de juego y retahílas que cantábamos y decíamos al atardecer en la calle del Río, mi calle en los veranos castellanos.

Pero mi primer libro de poesía fue una antología -La hora del alba- que usábamos en aquel primero de bachillerato que se cursaba a los diez años. Su autor era el catedrático Rafael Ferreres. Esa antología fue para mí la gran puerta de entrada a la poesía. Leía y releía los poemas (villancicos, romances, poemas modernistas, del grupo del 27…), los recitaba, los aprendía… Mucho más tarde, siempre que me reencuentro con alguno de ellos, revivo la emoción de aquellos días. El libro se perdió, como tantas cosas, y ahora me gustaría encontrar un ejemplar. Quizá de esos días proceda mi afició a elaborar antologías para mis alumnos.


A los 13 ó 14 años, descubrí el Romancero Gitano gracias a un profesor, y quedé deslumbrado. Casi al mismo tiempo, cayó en mis manos un ejemplar de las Poesías Completas de Antonio Machado, en Austral (luego descubrí que no eran tan completas), que leía y releía mientras alimentaba una enfermiza melancolía. 



Otro hito en mi educación poética fue la lectura, a los 15 años, de El rayo que no cesa, por recomendación de mi profesor de Arte en 6º de Bachiller, Alfonso Roig (que hoy da nombre a un importante premio de arte en la Comunidad Valenciana), que leí en una edición de Austral publicada en algún país hispanoamericano y que no sé cómo conseguí. Al mismo tiempo leía mucho teatro clásico (Lope de Vega y Calderón de la Barca).
Ayer descubrí que los libritos de Adonáis que conservo (Claudio Rodríguez, Ángel González, Ángel Crespo…) tienen la fecha de 1963, es decir, los adquirí cuando tenía 17 años. Así que, por lo que parece, había progresado bastante: estaba ya atreviéndome con lo que entonces llamábamos la “poesía moderna”. Evidentemente, desconocíamos todo -excepto García Lorca- de la “poesía nueva” de los años 20 y 30. Para mí, la poesía “moderna” era la que me llegaba en esos libritos de Adonáis… Supongo que, por la misma época, adquirí una antología que reunía una selección de poemas de Gabriel Celaya, Blas de Otero, José Hierro y Eladio Cabañero. El libro se llamaba Cuatro poetas de hoy, y estaba publicado en Taurus. Supongo que me atrajo el título. Desconocía todo de estos autores. Creo que me llamó la atención el “prosaísmo” de Celaya y Cabañero. Y me debieron de impactaron los sonetos “existencialistas” de Otero. Supongo que fue en ese librito en donde leí por primera vez el poema “Requiem” de José Hierro, aunque ahora no estoy seguro.

Creo que esa afición mía por la poesía, que fue temprana y que he mantenido siempre, hace que no me sea demasiado complicado hacérsela llegar a mis alumnos. Digo “hacérsela llegar”, es decir, que les guste oírla recitar e incluso que se atrevan ellos a recitarla. Y creo tener una cierta habilidad para seleccionarla poniéndome en el lugar de los jóvenes.
Sigo pensando que el mejor modo de acercar a los niños y jóvenes a la poesía es con buenas antologías. Los wikis y blogs son estupendos medios para elaborarlas, pensando en unos alumnos concretos. E incluso, hacer que los alumnos colaboren en su elaboración (al menos en alguno de sus aspectos, como la clasificación por temas, por procedimientos retóricos…)

Leyendo en la escuela Villar Palasí


No me acuerdo del momento exacto en que empecé a interesarme por unir las letras,  pero sí recuerdo mi infancia rodeada de libros, de historias y de fantasía. Como nadie en mi familia dedicó tiempo a contarme cuentos, supongo que tuve que darme prisa en aprender.
Me han contado que empecé a leer a los 3 años,  sola, casi a la vez que aprendí a hablar. En la escuela, la profesora de parvulitos me daba libros de lectura de  2º y 3º de EGB mientras mis compañeros se peleaban con los dibujos y las sílabas de la cartilla Paláu.
                                                     
Todo esto, unido al misterioso mundo de la librería del salón de mi casa,  hizo de mí una lectora precoz y algo avanzada.  Recuerdo que las lecturas que me atraían siempre estaban “por encima” de lo adecuado para mi edad (o así me lo indicaban los mayores una y otra vez).
Terminé rápido con los cuentos para niños pequeños, esos llenos de ilustraciones y con pocas letras,  pero de grandes dimensiones.
Con 5, 6 ,7 y 8 años, mientras mis amigos leían “El patito feo”,  pasaron por mis manos casi todas las colecciones de Enid Blyton : “Santa Clara”, “Torres de Malory”, “Los Cinco”, “El Club de los siete secretos”… esas sagas que devoramos la chiquillería de  los 70 y en las que aprendimos que un bocadillo era lo mismo que un “emparedado” o que había un deporte que se llamaba “lacrosse” al que nunca se jugaba en nuestro cole,  pero que en Gran Bretaña era lo más.
Entre mis recuerdos un momento mágico, el día en que me mandaron comprar un libro fino, muy fino.  Este texto,  que hablaba de elefantes metidos en sombreros, me llevó a pasear  por la historia de un aviador que se encontró con un niño solitario en medio de la nada. La magia de este libro radica en ser  mi primera lectura acompañada.  Paseamos por desiertos y planetas de la mano de nuestra maestra que no nos dejó solos ni un solo instante del recorrido. Junto a ella,  buceamos en las líneas aprendiendo a leer más allá de las palabras.
                                                                        
Cuando empecé el BUP los clásicos llamaron a mi puerta y aunque  algunas veces me sentí sola ante aquellas páginas, en  la mayoría de ocasiones tuve la suerte de contar con estupendos profesores con los que acompañamos a Calisto hasta el jardín de Melibea, alcanzamos a llegar a  la ínsula Barataria o acariciamos a un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
                                                    
En bachillerato otro golpe de suerte, mi profesora de literatura fue nada más y nada menos que la hija del poeta  Rafael Morales  . Acercarte a la poesía de la mano de alguien que ha jugado a las muñecas en el salón de su casa,  alrededor de Dámaso Alonso o Alberti, es todo un lujo al alcance de unos pocos (en este caso de unas pocas). Llenó nuestras cabezas de estrofas, rimas y anécdotas que nos ayudaron a comprender más y mejor.
Este es, a grandes rasgos, mi historial lector en la escuela de la Ley Villar Palasí en la que las bibliotecas eran transparentes, olían a papel y sonaban a silencio.

Estrella López Aguilar


Ahora, llega el turno a los alumnos de Julita, una profesora llena de magia



Me llamo Iván, estoy en la clase de 5º A del CEIP Padre Manjón de Burgos y os voy a contar las etapas que he pasado para ser un niño lector.

Cuando tenía 2 años entré en el Colegio Público Padre Manjón, ahora os preguntaréis que en el cole se entra con 3 años, pero como yo los cumplía en Diciembre pues me cogieron. Como era  normal yo era el más pequeño y en 3º de infantil cuando nos enseñaron a leer tenía muchos problemas porque muchos de los niños se reían de mí porque era (el pequeñajo que le costaba leer) y era el único que no leía bien, pero gracias a mi madre y a mi padre empecé a leer muy bien, tan bien que los niños no me dijeron nada durante el curso. Estaba con una profesora bastante simpática llamada Esperanza.

Cuando llegué a primaria me encontré a una profesora muy maja, que se llamaba Begoña, con esta tutora mejoré notablemente en la lectura, además me encontré a un amigo del alma, que se llamaba Teo.

En 3º de primaria me encontré a un profesor que nunca olvidaré, era Luis Conde, un profesor cuyo carácter era muy estricto. Los primeros días casi necesito un DODOT súper absorbente, pero al final me acostumbré, y sabía que Luis era uno de los mejores profesores del mundo.
Cuando terminé el curso ya sabía leer perfectamente y tenía grandes conocimientos gracias a este profe. Casi siempre leía todas las  noches media hora como mínimo.

Al terminar el curso fui a una clase muy especial, porque me encontré a una tutora muy “tecnológica” además de ser una de las mejores profesoras, por muchas razones: entusiasmo, ganas…
En este curso soy literalmente un niño lector, pero esta historia todavía continúa…

Ana García, alumna de 5º A del CEIP Padre Manjón de Burgos, nos cuenta su autorretrato lector.



Cómo empecé a leer:

Cuando estaba en 1º, mi profesora Rosa me ayudó a aprender a leer. No me acuerdo muy bien si nos leía, pero yo creo que sí. Después en mi casa mi madre  y mi padre me ayudaban mucho a agilizar la lectura y leía mucho con ellos.
Cuando estaba en 2º ya leía mucho más rápido y entonces leía muchos más libros. Mi profesora, Mariví, creo que ya había puesto una biblioteca con bastantes libros para que pudiéramos leer. En casa, por la noche, leía todos los días sola o con mi madre y mi padre. Cuando podía iba a la biblioteca pública a coger libros.
Cuando estaba en 3º, con Luis, teníamos muchos libros en la biblioteca. Leía mejor y además me gustaba mucho más leer. Siempre leía por la noche. De vez en cuando con Luis, bajábamos a la biblioteca del colegio. Además cogía muchos más libros de la biblioteca pública.
Cuando estaba en 4º también con Luis, teníamos los mismos libros que en 3º y como ya me los había leído me traía libros de casa para leer. Ya casi no bajábamos a la biblioteca del colegio y era un poco aburrido cuando se te olvidaba el libro en casa y tenías que leerte siempre los mismos libros que en 3º. Seguía leyendo por la noche y también seguía cogiendo libros de la biblioteca pública.
Ahora en 5º con Julita me encanta leer y leo mucho por la noche. Ya casi no voy a la biblioteca pública porque me han regalado bastantes libros y me les tengo que terminar. Ahora leo más rápido que en otros cursos.

Libros que más me han gustado:

Me gustan mucho todos los libros y no sé cuál me ha gustado más. Yo creo que Corazón de Tinta porque tiene intriga y misterio y además es largo y a mí me gustan los libros largos.


María Reoyo, alumna de 5º A del CEIP Padre Manjón de Burgos, nos cuenta su autorretrato lector.





Me llamo Gabriel, estoy en la clase de 5º A del CEIP Padre Manjón de Burgos y os voy a contar cómo he ido aprendiendo que la lectura es importante, desde el principio de mi vida hasta ahora.
En infantil teníamos una profesora que nos recomendaba leer mucho. Mis padres también me solían decir a menudo que leyera libros cortos y de letra un poco grande.
El primer año de colegio no estuve demasiado tiempo leyendo, en el segundo año un poquito
 más a menudo, y entonces ya sí que empecé a leer más libros, aunque cortos y de letras mayúsculas, como Caperucita Roja… En ese mismo año, cuando la profesora nos decía que leyéramos algún libro corto juntos, yo lo hacía más o menos bien.
En nuestro último año con esta profesora de infantil, (con la que estuvimos los tres años) ésta nos dijo que siguiéramos leyendo, y nos dijo que si no lo hacíamos íbamos a tener más dificultades para triunfar en la vida, pero yo con los 5 años no entendía por qué tenía que ocurrir eso si no lees…      
En primero de primaria, nuestra profesora claro que nos decía que leyéramos,  pero creo que no tanto como nuestra profesora de infantil, y empezamos a tener que leer un poco en casa, pero casi los mismos libros que en segundo y tercero de infantil, y en ese año, por lo menos yo, no avancé casi nada con mi lectura.
En segundo, volvimos a cambiar de profesor, y con él volvimos a leer continuamente en clase.
Él, al acabar el curso, nos volvió a decir lo mismo que nuestra profesora de infantil: “Seguid leyendo, si no tendréis más dificultades para triunfar en la vida”.
Aunque ya lo entendía mejor, aún no del todo.
En tercero, ya con otro profesor, leíamos además de cuentos, poesías. Entonces empecé a leer más libros en alemán también, porque antes, me gustaba más leer en español.
Con este profesor, el libro que más me gustó fue Sapo y Sepo.
Y así se pasaron tercero y cuarto, leyendo cuentos y poesía. Y él también se despidió de nosotros con la misma frase: “No dejéis de leer, si no, no triunfaréis fácilmente en la vida”.
Y allí por fin conseguí entender el significado de esa frase.
Y ahora estoy en quinto y aunque aún me cuesta tener un libro entre las manos, he hecho grandes pasos en mi vida como lector, entre ellos que por fin he entendido por qué te cuesta más triunfar en la vida sin leer y he pasado de leer Caperucita Roja a Corazón de Tinta.




Llega el turno de los padres y madres



Desde Blogmaníacos


Soy Isabel Martín Guillén, mamá de los blogmaníacos Israel (nº 26 de la segunda generación ) y Moisés ( nº 47 de la tercera generación ). 
Siempre me ha gustado leer, una cosa normalita , pero cuando realmente me aficione más fue cuando conocí a mi marido, el papá de los anteriores blogmaníacos. Suelo leer siempre que tengo un ratito libre. Si el libro realmente logra captar mi atención desde el principio, soy capaz de leérmelo casi de un tirón. Mis libros favoritos son aquellos que están basados en hechos reales, también me gustan las novelas de ficción y por supuesto, una buena historia de amor. Mi autora favorita es Isabel Allende. Ha escrito libros como El Plan infinito, Paula, La Isla bajo del mar, El Cuaderno de Maya, etc... También me gustan autoras como Paullina Simons: El Jinete de Bronce, Tatiana Y Alexander y El Jardín de Verano que son una trilogía, etc... Stephen King escritor de Corazones en la Atlántida entre otros ; Maria Dueñas - El Tiempo Entre Costuras o Stephenie Meyer autora de la saga Crepúsculo. El libro que tengo ahora entre manos es Cuando leas esta carta; un poco el resumen es la historia de una carta que llega a su destinatario unos treinta años tarde. 
Lo bueno de leer es que te puedes ir formando tu propia película en tu imaginación, y eso siempre es mucho más divertido que ver una en la televisión, que después de todo siempre te quedas dormido viéndola. Espero que con esto os pique un poquito la curiosidad y os aficionéis un poquito más a la lectura. ISABEL

Me llamo Manuel Sánchez Sanz y soy el papá de Moisés e Israel, blogmaníacos de este ilustre blog.
Os voy a contar un poco cómo me aficioné a la lectura y qué "cosas" he leído desde que comencé con esta afición y hasta el día de hoy.  Cuando yo tenía aproximadamente la edad de los blogmaníacos no era lo que se dice un gran lector; en aquellos entonces me gustaban los cómics de Mortadelo y Filemón, Spiderman y otros, pero un buen día alguien (no recuerdo quién) me regaló mi primer libro todo lleno de letras y muy pocos dibujos.  Aquel libro era Viaje al centro de la tierra de Julio Verne, y ¿sabéis qué?  Pues no podía dejar de leer, esa historia me absorbía de tal manera que no oía ni cuando me llamaban para comer.
Más adelante fui aficionándome y continué leyendo aquellos libros que caían en mis manos.  En el colegio nos hicieron leer Trafalgar de Benito Pérez Galdós, nunca más he leído nada de este autor, creo que no era la edad adecuada para ello.  En el instituto leímos Crónica de un muerte anunciada de García Márquez, ése no estuvo tan mal.
Ya, cuando comencé a trabajar, pude adquirir los libros que me gustaban, fue entonces cuando nos hicimos socios de Círculo de lectores y poco a poco nos hemos ido haciendo una biblioteca que cuenta con un número de volúmenes más que considerable.  Entre esos libros se encuentran algunos de mis favoritos, a saber: Novelas históricas tales como El juez de Egipto, saga de Christian Jacq, Los pilares de la Tierra de Ken Follet o La catedral del mar de Ildefonso Falcones.  También las de aventuras fantásticas como El señor de los Anillos de Tolkien, y otros muchos de otros autores como Isabel Allende, Miguel Hernández, María Dueñas, Ana Mª Matute y un largo etcétera que suelo leer en vacaciones, pero también en mi trabajo donde, a veces, dispongo de algún tiempo libre.  Podréis apreciar que no tengo un gusto definido o autor preferido, leo casi cualquier cosa que caiga en mis manos.
Así que, como veis eso de leer es algo que viene de lejos y os puedo asegurar que es una afición de lo más entretenida que no es sustituible por nada.

                                                                                                                  Manuel S.



Desde Burgos, en Creación Literaria con Julita







Hola chicos. Soy Azucena, la madre de Águeda. Me ha dicho que si podía escribir algo sobre cómo aprendí yo a leer. Y ciertamente tengo una pequeña historia que contar.
Estudié lo que entonces se llamaba “Párvulos” en  la escuela de mi pueblo; había dos clases, una hasta quinto y la otra hasta octavo.
Lo cierto es que cuando el profesor explicaba para los niños más mayores de mi clase también nos enterábamos los más pequeños y así fue cómo aprendí a leer, oyendo a los mayores y también con una cartilla que el profe nos explicaba cuando podía porque éramos bastantes alumnos.
Cuando pasé a primero tuve que ir a un pueblo muy cerca porque cerraron la escuela del mío. El primer día de clase, otro compañero y yo, nos encontramos unas sumas y unas restas en la pizarra de aquella clase. Nosotros nos miramos un poco sorprendidos porque para entonces ya sabíamos multiplicar y un poco dividir y todo gracias a que también prestábamos atención cuando el profesor explicaba para los demás.
            Esta es la pequeña historia que os quería contar y que sirva como recuerdo de aquel profesor que nos dejó no hace mucho. También os diré que me encanta leer y tener muchos libros y aunque no saco mucho tiempo para hacerlo procuro buscar un rato aunque sea antes de dormir.
            Os animo a que no dejéis pasar un solo día sin leer un ratito. 
Es el mejor entretenimiento que podéis tener.





Me llamo José Antonio Fraga y nací, modestia aparte, en un lugar en el que el mundo se llama Celanova, una tarde-noche de finales de mayo, muy cercita de las casas de dos de los más importantes poetas en Lengua Galega, Curros Enriquez y Celso Emilio Ferreiro.
Cuenta mi madre, a quien la quiere oír, que el día que yo nací hubo extraños signos en el cielo, que las nubes eran rojas, y aunque el sol aún no se escondiera, la luna estaba espléndida y llena en lo alto.

También cuenta, que meses antes de que yo naciera, al llegar la noche y acabar la cena, mi padre se sentaba a su lado, al calor del brasero, y leía poemas en voz alta, para mi, para que yo pudiera oírlos. Eso lo siguió haciendo un par de años después de que yo naciera. Todas las noches, llegara cansado o no, tras estar desde el amanecer trabajando en la panadería y en los campos de labranza, se sentaba al borde de mi cama, y me recitaba un pequeño poema, después cogía un libro y me leía una página o dos.
En esos años, vivía con nosotros también mi abuela materna, una anciana de riguroso luto, pero con una alegría y una imaginación desbordante. Dice mi familia que eso fue lo que me dejó de herencia, junto al gusto por el "cuento". Mi abuela también me contaba cuentos, sobre todo cuando estaba en la cocina, con la comida a medio hacer, me sentaba en un banco al lado del fuego, y me hablaba, me recitaba "Las mil y una noches", "Ali Baba y los cuarenta ladrones", "Aladino y la lámpara maravillosa"...
Puedo decir entonces, sin temor a equivocarme, que antes de lector fui "oídor".
Pero fue a la edad de seis años, coincidiendo con el comienzo del verano anterior a mi primer año de colegio, cuando realmente empezó mi vida como lector. Fue en esa época cuando mi padre me hizo un regalo que me cambió la vida, el regalo más maravilloso que he tenido nunca; él lo llamó "a gaiola do aburrimento" (la jaula del aburrimiento). Ese día llegó del trabajo con un carnet de la biblioteca pública, un carnet para mi. Y ¡que razón tenía cuando me dijo: "cuando te sientas aburrido vas a la biblioteca y coges un libro, te aseguro que entonces, cuando empieces a leer, el aburrimiento desaparecerá"!
Fue entonces cuando me adentré en un mundo fantástico, en un mundo de espadachines, vaqueros, detectives, marcianos, piratas, monstruos... todos esos seres que he querido ser alguna vez.
Fue a partir de entonces cuando me hice amigo inseparable de "Mortadelo y Filemón", de "Zipe y Zape", del "Botones Sacarino", de "Anacleto, agente secreto", y de tantos otros habitantes de los cómics, aunque en aquella época se llamaban tebeos. Pronto conocí a nuevos héroes: el Llanero Solitario y su inseparable amigo Toro, al Capitán Trueno, Goliat y Crispín, a Jabato. Me embarqué en el navío del Corsario Negro, combatí del lado aliado en la Segunda Guerra Mundial con las compañías de Hazañas Bélicas, dí la Vuelta al mundo en ochenta días e hice el Viaje al centro de la Tierra de la mano de Julio Verne, cabalgué junto a Ivanhoe y Robin Hood. Conocí a "los cinco", a los "Hollister"... un mundo maravilloso, lleno de humor, aventuras, incluso terror... Conocí a El Quijote, a Gollum, a José Arcadio Buendía, a Rañolas e Pedriño, a Balbino...  un mundo que no abandoné jamás.
Desde entonces hasta hoy no he dejado de leer; por mis manos pasaron, pasan y espero que sigan pasando numerosos libros, innumerables autores, en diferentes lenguas... libros imborrables, libros de los que ya no queda más que una pequeña huella, pero todos, absolutamente todos, libros importantes y deseados en su momento.
Leo todo tipo de libros, todo tipo de géneros literarios, de autores... y no sabría decir cual es mi preferido. No sería capaz de elegir el libro que más me gustó... incluso, me sería muy difícil elegir una docena entre todos los que he leído.
Hay libros de los que me quedó grabado su principio, de otros, su final. Libros de los que puedo recitar de memoria numerosos poemas, o de los que me sé frases enteras de alguno de sus personajes, personajes que los recuerdo e identifico como si los conociese personalmente.
En resumen, puedo decir que los libros me dieron un "don", un poder... gracias a ellos tengo el poder de vencer la desidia, la apatía, el aburrimiento... sólo tengo que abrir uno y empezar a leer.


Espero que Curros Enriquez e Celso Emilio me perdoen por ter escrito en castelán

Jose Antonio Fraga





Llevo años buscándolo en librerías de viejo, en ferias, en Internet. Aquel libro con un niño en la portada. Un niño que sonreía feliz acaso porque ya había aprendido a leer.
El viejo "catón" que mi padre usó para que signos extraños se convirtieran en letras, para que con las letras se pudieran hacer palabras y con las palabras, construir mundos enteros.
Aquél fue el libro culpable de todos los libros que vinieron después. 
De amar a Sandokán, de querer escapar a la selva con Kipling, cruzar el Mississippi en un gran barco o pasar noches de mucho miedo con Poe.
Amar, viajar, temer.
Todos los verbos en el verbo intacto que se esconde en cada libro.
Todo el poder para aprender.
Para vivir.
Para ser. 

  Ana Ruiz


Inma Contretas, autorretrato lector

DÍA DEL LIBRO 2013, mi auto-retrato lector.
librería.JPGMi historia como lectora es ya laaarga, como mi vida misma, que ya peina canas una… Desde que me conozco leer ha sido parte de mi existencia, y hoy os comento mi experiencia en este terreno.
Como “Desde chiquitico se cría el arbolico”, os comentaré que, por ejemplo, yo leía “El libro de la selva”, con el hocico hendido en el libro, y fue así como mis padres descubrieron, hábilmente, que necesitaba con urgencia unas buenas gafas, porque los hados no me habían dotado de la capacidad que tenía el barón rampante.
Más adelante, los Reyes Magos no podían pasar por mis zapatos sin dejar una buena media docenita de títulos, si no era así, no había Navidad.
Y así, los libros acompañaron descubrimientos importantes: me sorprendí al constatar que sabía lo que era una metáfora cuando, con 12 añitos, en clase, leyendo el libro de Anaya del siempre añorado Lázaro Carreter, salía el ejemplo de “metáfora donde A es B”, y decía “Su luna de pergamino, Preciosa tocando viene”, y yo reconocía a la gitanilla cervantina que me había acompañado más de un rato y más de dos…
Algo más tarde, me descubrí a mí misma leyendo con una linterna bajo las sábanas, devorando las Rimas y Leyendas de Bécquer, pues ya mi madre había de prohibirme que me quedase hasta las tantas leyendo… Y por ello mismo lo que más me gustaba del mundo era leer todo lo que no podía o debía, y así fueron asaltando mi mente intrépida los relatos de Las mil y una noches, que se alternaban con Los siete secretos, y Mujercitas, y El conde de Montecristo, y, para qué negarlo, todo lo que caía en mis manos, indiscriminadamente… algún día os contaré más, con un vino de por medio. ;-)
Descubrí la vida, o, al menos una parte importante de ella, por medio de la lectura, a lo largo de los años, los libros han sido mis fieles compañeros. En mis épocas más tristes, mi consuelo muchas veces ha estado zozobrando entre las páginas de un buen libro, y en mis épocas más locuelas, esas en las que no se pisa la casa nada más que para ducharse y dormir, para seguir luego de juerga por ahí, el verdadero descanso lo tenía leyendo siquiera un poquillo antes de dormir.
Así, desde Gioconda Belli hasta Heinrich Boll, de Martín Gaite a Auster, de Luis Sepúlveda a Stefanno Benni , pasando por Wislawa Szymborska, haikus, cómics, Nicanor Parra o Valle Inclán, leer ha sido siempre un alto en el camino para profundizar en el verdadero sentido de las cosas, y para descansar del mundanal ruido, encontrando la esencia destilada de la realidad en medio de las páginas… Y todo eso, por no hablar del aroma a primavera de los libros… 
 Jose Luis y su autorretrato lector

Doña Díriga te llamo porque hace unos días nos pediste un autorretrato lector y yo he escrito el mío y me gustaría enviártelo...

¡Qué subidón y qué intriga! Viniendo de Jose Luis, de su buena escritura y de su saber emocionar ...corro a casa y abro el ordenador, me invade la impaciencia...




En mi casa no había televisión. Quizá por eso me hice lector. Tampoco había libros. Bueno, en realidad había un libro de cuentos infantiles, que releí cientos de veces y que se titulaba Para mi hijo. Recuerdo también algún cuento de Calleja, y un Quijote sin pastas que leía con voracidad en las tardes invernales de mi infancia. En casa también había una Biblia, que comenzaba por el Génesis y terminaban en el Apocalipsis, como todas las biblias, y que leí sistemática y ordenadamente de pe a pa. Me gustaba hacer incursiones lectoras en el libro de los Proverbios, o en el Deuteronomio, porque encontraba sentencias que me desconcertaban, creyendo, como creía entonces, que lo que allí ponía era palabra de dios, como lo de cortar la mano al ladrón o lapidar a las mujeres adúlteras, o vender como esclavas a las hermanas que deshonraban a la familia. Aprendí que para el dios de los judíos era mucho más importante una oveja que una mujer. Y posiblemente llegué a creérmelo, reforzado por El Promotor de La Sagrada Familia, El Santo, o la revista del Padre Damián, únicas lecturas que entraban en casa. La tele seguía sin llegar, pero por aquel entonces no creo que me importase mucho, porque descubrí los tebeos: Pulgarcito, TBO, Din Dan y otras cabeceras juveniles. Si caía enfermo siempre aprovechaba la circunstancia para pedir tebeos, porque de otra manera no me los compraban, básicamente porque había que atender otras necesidades. Tenía sin embargo un vecino de mi edad, que además de televisor, guardaba una buena colección de álbumes del Capitán Trueno y El Jabato. Ni que decir tiene que nada más salir de clase, cogía la merienda y me subía a casa de mi vecino a vivir aventuras subido en un drakkar  vikingo con la bella Sigrid de Thule, o montando en los globos aerostáticos del mago Morgano y en cualquier caso, viviendo experiencias alucinantes en lejanos países de nombres exóticos, o surcando mares en los que las galernas eran frecuentes, naufragando en una tempestad y salvando desvalidas doncellas o poblaciones oprimidas por los poderosos en los confines del orbe. Un tebeo era el único pasaje necesario para viajar por el mundo y volver a casa a la hora de la cena.

Debía tener 11 años cuando cayó en mis manos el primer libro de Enid Blyton, se llamaba Misterio del vagabundo. Aún lo conservo. Después vinieron el Club de los cinco, los siete secretos...,  Blyton, la tantas veces denostada Blyton me hizo lector, como a tantos de mi generación. Desde aquí la reivindico. Alucinaba leyendo como chicos de mi edad salían de acampada, organizaban sus vacaciones sin adultos, vivían aventuras impensables, y sobre todo, desayunaban pasteles de jengibre, mermeladas de mil sabores, tartas, galletas, bacon,  huevos y también algo que llamaban rosbeef. En mi particular imaginario gastronómico  todas esas viandas han quedado grabadas como algo tan exótico como la libertad que parecían gozar unos chavales de la Inglaterra de postguerra, tan alejada del empobrecido, ultracatólico  e hiperprotector ambiente en el que yo me desenvolvía. A veces, desayunando en algún hotel de buffet libre, me vienen a la cabeza los libros de Los cinco y me acerco a por otra tanda de huevos con tocino. 

Un día descubrí la biblioteca. Allí habitaban nuevos héroes: Sandokan, Tom Sawyer, el capitán Hatteras, Nemo. Ivanhoe, Los hijos del capitán Grant..., Verne, Salgari, Twain, Fenimore Cooper, Walter Scott, empezaron a llenar mis espacios de ocio y mi cabeza de fantasías. Otros mundos infinitos se abrían para mí. Leía, leía, leía, siempre que tenía un rato, en la mesa, en la cama, en el servicio, incluso en clase. La adolescencia me trajo otros autores, otras lecturas. Pasé, en la edad prohibida, por aquellos libros para adolescentes de Martín Descalzo, me enganché después a las clásicos, a la poesía, al teatro, cualquier género me venía bien, cualquier estilo: El realismo, el naturalismo, los autores rusos... Para cuándo mi padre compró una televisión en blanco y negro de segunda mano, yo andaba ya por Sthendal, Balzac, las hermanas Bronté, Mary Shelley, Dickens, Dumas, Lampedusa… y hacía incursiones en la filosofía y en la historia. Platón, Nietzsche, Sartre, Preston, Duby, Benassar. Me dejé seducir por  los escritores malditos, Verlaine, Baudelaire, Bukovsky, Rimbaud, Sade, Horacio Quiroga, pero quizá mi experiencia literaria más intensa fue el descubrimiento de la narrativa hispanoamericana, principalmente Cortázar, Rulfo, Monterrosso, Carpentier y sobre todo el literato completo, el genial García Márquez. Algunos cientos de libros después la literatura me regaló a Saramago, el autor que más me ha marcado, que más me ha hecho pensar, que más he admirado. Leí con fruición, con voracidad, todo lo que caía en mis manos, durante años. Con la edad selecciono más lo que quiero leer, me deleito con Maalouff, Kundera, Galeano, Millás y tantos otros, que me han ido enriqueciendo en cada página. Si un libro no me atrapa en las primeras páginas, lo abandono sin ningún remordimiento, aunque a veces vuelva a darle una segunda oportunidad. En ocasiones leo, incluso, con el televisor encendido. Será por eso que se me atraganta Borges, que no he podido con el  Ulises de Joyce y que no soy capaz de pasar de las primeras páginas de La Divina Comedia, pero ya encontraré el momento, aunque para ello tenga que poner la tele de cara a la pared.


José Luis Sánchez Rodríguez. Bibliotecario.
@JLBracamonte