Espacios de encuentro

miércoles, 22 de abril de 2015

Un humilde lapicero por @JLBracamonte #23Lviolines

Tengo la enorme fortuna de que los dioses del Olimpo pusieran en mi camino a este bibliotecario amante de las palabras y del arte de entretejerlas.
Tuve, y tengo, la dicha bendita de poder decirle siempre, con nocturnidad y alevosía, ¿escribes algo de ..? sabiendo que siempre me devolvería el guante . ¡Benditos sus dedos que se guardan en el guante devuelto!
Tuve y tendré el enorme placer de compartir, sin estridencias ni revuelos, para que puedas tenerlo a tu lado, en el sillón junto a tí, deleitando con sus palabras otro Día del Libro porque para él, y para tí, son 365 días, cada año, cada calendario, cada arruga de tu cara. Surcos de risas y de llantos junto a tus amigos.
                                                                                                 Doña Díriga

Un humilde lapicero

Imagen enlazada al blog original
De entre todos los útiles de escritura, a mi me tocó ser un lapicero, lo que viene a ser como nacer mulo en el mundo de los equinos, hilota en Esparta, o paria en la India. De haber podido elegir, me hubiese gustado ser el lápiz de un ingeniero, o de un arquitecto, siempre bien tratados, con las puntas afiladas como estiletes y con corazón de grafito de primera calidad y buena madera de cedro libanés, siempre cuidadosamente tratados bien residieran en la penumbra de un despacho o en la luz de artificio de un estudio de arquitectura, porque dentro del mundo de los lápices, existen sus categorías. 
Los hay que van vestidos con una hermosa camisa estampada, otros van de rayas amarillas y negras y llevan su marca estampada. Incluso, se los clasifica con un número según la dureza de su mina de grafito. Pero esto sólo ocurre con los lápices de alcurnia. 
Podía haberme caído en suerte ser el lápiz de un dibujante, para salir al campo en primavera y que mi trazo permaneciera en el bloc de dibujo muchos años después de mi desaparición. O lápiz de carpintero, como mis primos. Son robustos, inacabables y apenas dan un palo al agua: una marca por aquí, una señal por allá, menuda vida. Es cierto que tienen cierta tendencia a perderse pero son lapiceros que salen al exterior y están acostumbrados a ver mundo. Viajan a lomos de la oreja de su dueño y son fuertes, pero a la vez elegantes con su librea de color rojo. 
Pero no. Yo, señores míos, soy un lapicero de parvulario, por lo que mi vida está predestinada al maltrato, a la brevedad, a la sencilla desnudez de la madera raras veces lacada, al hacinamiento en un plumier en el que has de compartir espacio con algunos de tus más acérrimos enemigos, el saca, que te va comiendo dolorosamente la vida poco a poco, y el borra, que hace desaparecer con saña el fruto de tu trabajo. Un niño de párvulos no te agarra con delicadeza, no, no, no. Te sujeta con todo el puño cuando está empezando a garabatear, te clava los nudillos en la parte más sensible, la más fina, la que queda desnuda tras sacarnos punta o te aprieta con fuerza contra el papel hasta que la mina se parte astillando la madera, por no hablar del continuo mordisqueo al que te somete casi de forma continuada prácticamente desde que sales del plumier. 
Imagen enlazado a la página originalNo obstante, ser lapicero de parvulario tiene también tiene su parte bonita, no se vayan a creer. Ningún otro lapicero tiene utilidades inimaginables, ni habita en continuas fantasías: En las manos de un niño puedes ser un garabateador de puño, la espada de un hobbit, la varita mágica de un hada, un escarbador de agujeros, un explorador de nariz, un bigote postizo, el mando de una máquina petaco que lanza bolitas de papel, un limpia orejas, un rascador de pies, un molde de tirabuzones, un tatuador de uñas, una mini jabalina, un tenedor, un palillo de tambor, un perforador de hojas …. Es una vida intensa, emocionante e impredecible pero que te deja en la piel profundas cicatrices. Ni siquiera tienes una tregua el día en que te estrenan, puesto que no hay cosa que le guste más a un niño que sacarnos punta. Bueno, miento. Quizá les guste tanto o más romperla para volverla a sacar y ver como menguamos de tamaño poco a poco. Por si no fuera suficiente, el sacapuntas de un niño te raspa la piel y te la deja áspera y mal cortada, como cuando alguien se afeita con una hojilla mellada. Además un niño no sabe parar y las minas se rompen una y otra vez dentro de la infamante maquinita. Ahí sí tengo envidia a esos lapiceros de despacho que son tratados como señores por esas máquina de manivela, que son capaces de extraerles larguísimas virutas en espiral sin traumas ni señales. Yo lo probé en una ocasión en la clase de párvulos de mi pequeño amo. Qué gusto. Qué cosquilleo tan agradable. Es justo lo contrario de las experiencias traumáticas a las que estoy acostumbrado. Me han afilado incluso con un cuchillo de cocina que me rebanó enormes lascas de madera y me produjo cicatrices casi imborrables. Un horror. Es como si te cortasen el pelo a tirones. 
      
Mediano Cristal ®Pero con todo, y esto es una confesión que nunca había hecho, lo que no puedo soportar es que una pintura Alpino, un boli BIC o un rotu Carioca, me miren por encima del hombro, cuando al igual que en el ajedrez, una vez acabado el juego, el rey y el peón van juntos al mismo cajón. ¿No se dan cuenta de que igual que son pinturas podían haber sido carboncillos o lápices de parvulario? Todavía esos rechonchos bolígrafos de cuatro colores tienen algo de qué presumir, y tampoco, porque nadie puede elegir lo que es cuando nace…En fin, que los hay que se creen plumas estilográficas, de esas que tienen su propio estuche y habitan en los bolsillos de elegantes chaquetas, o en lujosos escritorios y sólo se utilizan para firmar suculentos contratos, convenios internacionales y tratados de comercio. Yo me daré por satisfecho con que el niño que hoy hace garabatos con mi alma de grafito, llegue un día a ser un escritor de historias de esas que son capaces de hacerte reír, o llorar, o emocionarte; de historias que te atrapen y te roben horas de sueño y te mantengan pegado al libro en la hora de la merienda. Podrá escribirlas con una Olivetti, o con un ordenador, pero estoy seguro que siempre recordará con cariño aquel mordisqueado lápiz de sus caligrafías iniciales. Con eso me basta. Así podré considerar que mi vida ha tenido un auténtico sentido, aunque luego firme sus obras con una estilográfica, sabré que esa escritura será tributaria de un humilde lapicero.

                                                                          

                                             José Luis Sánchez Rodríguez. Bibliotecario.
                                                                     @JLBracamonte

4 comentarios:

  1. ¡Impresionante, original, monumental!!!
    Eso solo lo puede hacer quien ha leído mucho y bien, ¡me quito el sombrero!

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  2. ¡Precioso relato!!
    Relato de una vida, gracias por compartirlo.

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  3. Muchas gracias Conchita y Marisa por vuestros amables comentarios. Con lectoras tan entusiastas, es un placer escribir relatos. Muaaasss

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  4. No entiendo el motivo de sus mensajes acerca de los derechos de autor. ¿Podría explicarmelos?

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